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Niños de hoy

¿Quién educa hoy?

Ahora nos encontramos preguntándonos: «¿Quién educa hoy?», y ya la propia pregunta nos está señalando una duda, un agujero, una falta.

En las casas hay: prisas, poco tiempo para dedicar a los hijos, para charlar, para la convivencia, problemas de trabajo, separaciones, abuelos cuidadores, niños con la llave de sus casas en el bolsillo, soledad, televisión? Faltan: presencias, tiempo, palabras, ley, un entorno que cobije, apoye y ofrezca experiencia. Sobran: pantallas, carreras, narcisismos, exigencias, sobreprotección?

En la calle se considera a los niños como un vendaval arrollador. Como seres capaces de alterar, molestar y robar la paz a los adultos. Incluso a veces se ignoran sus eventuales comportamientos incorrectos para evitar problemas con sus familias si se les llamara la atención. O sea, que acabamos mirando hacia otro lado mientras los niños quedan solos a merced de sus impulsos.

En la sociedad hay una acomodación al consumo, una aceleración en la crianza, una cesión de la educación y la convivencia a favor de la tecnología, una permisividad que dice querer el autocontrol de los niños, cuando por definición, los niños son heterónomos en las primeras edades.

En los medios se transmite o bien un concepto de niño bebote, reducido y simplón, o bien adultizado, listillo y casi cínico. Además de descuidar cada vez más que hace falta un control de las edades aconsejables para los programas infantiles, de ignorar el lenguaje adecuado en el doblaje de películas, de exponer anuncios con situaciones violentas, sexistas, sexualizadas, superficiales, sin ley?

Ante tantas ausencias significativas y queriendo compensar, va a parar a la escuela una delegación expresa hacia la educación emocional y hacia la «enseñanza de valores»: educación vial, medioambiental, emocional, educación para la paz, integración, coeducación, tolerancia cero al maltrato? Y la escuela no deniega, acepta el reto. Pero como el encargo es excesivo, de la omnipotencia de decir «sí» a incluir estos temas en el día a día de la escuela, pasa a la impotencia de decir «no»? y «tira la toalla».

Parece que estamos haciendo durar en exceso aquellas reacciones contra la educación autoritaria que vivimos en un momento histórico determinado, y que, revestidas de una falsa democracia, borran los lugares y papeles diferenciados de padres e hijos, adultos y niños, maestros y alumnos. Parece que hemos perdido el norte y con tanto ocuparnos, pretendemos que nuestros niños se críen solos, como si se nos olvidara que un niño no se hace en un día. Parece que nos cuesta sostener nuestro lugar de adultos. Y todo este desconcierto está provocando en los niños descolocación, confusiones y conductas desajustadas.

Tendríamos que volver a situarnos. Es importante que acompañemos a los niños en la construcción de su andamiaje emocional, que les expliquemos las cosas con claridad, que les escuchemos, estemos cerca... y que les paremos los pies cuando les haga falta. Ofrezcámosles cariño y ley, ese binomio de salud válido para cualquier situación por muy difícil que sea.

Autorregulación

Educar, como sabemos, es conducir, enseñar, guiar, acompañar?, pero también corregir, reprender, frenar y contener. Durante mucho tiempo nos ha costado aceptar esta segunda parte, que relacionábamos con la represión y el autoritarismo. Ahora lo que se está dando es otro fenómeno: una desmedida confianza en la supuesta capacidad de autorregulación de los niños y una cierta dejación de funciones por parte de las familias, depositando el papel educador en la escuela y en los medios. Lo cual produce una descolocación de los niños al considerarlos capaces de autoeducarse, en lugar de verlos como son en realidad: personas en crecimiento, inmaduras y frágiles durante los primeros años.

Y es que resulta que para educar tendríamos que abandonar ese ilusorio papel de «iguales» que nos hemos inventado, y atrevernos a asumir los de padre, madre, maestro o adulto, porque estos papeles de apoyo y de freno a un tiempo, son los verdaderamente estructurantes para los niños. Son papeles que incluyen cobijar, contener, escuchar, educar y estar disponibles. Incluyen también tener algunos miedos, dudas y soledades. Incluyen disfrutar del placer de acompañar y ayudar a crecer a otra persona.

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