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No deberíamos felicitar a Juncker por su gestión

Cuando acabe su mandato, no deberíamos, al menos los ciudadanos, felicitar al luxemburgués Jean-Claude Juncker por su gestión al frente de la Comisión Europea.

No debería estar Juncker orgulloso del modo en que se "resolvió", por decir algo, la crisis griega, la de la inmigración o de cómo creció en los años en que ocupó ese puesto la ultraderecha nacionalista.

Al igual que el Gobierno de la canciller Angela Merkel, la Comisión parece haber estado más preocupada por imponer la austeridad a los "manirrotos" europeos del Sur que de poner fin a los paraísos fiscales o exigir solidaridad a todos.

Apenas se ha avanzado, sobre todo por las resistencias germanas, en objetivos tan importantes para el futuro de la eurozona como la culminación de la unión bancaria, y sólo se ha llegado a un acuerdo de principio franco-germano sobre un presupuesto común, pero que tiene todavía muchos flecos sueltos.

A decir verdad, no cabía esperar demasiado en materia de solidaridad europea de quien, como primer ministro de Luxemburgo, ayudó a las grandes empresas de todo el mundo a evadir impuestos mediante acuerdos ad hoc con su Gobierno.

Y, como señalaba recientemente el semanario italiano "L´Espresso", no parece que Juncker sea muy creíble cuando critica ahora al nuevo Gobierno luxemburgués por no gravar como debería a Google o cuando acusa a Italia de incumplir las reglas de la UE, antes violadas por otros.

El Parlamento europeo le reprochó, entre otras cosas, que promocionase al alemán Martin Selmayer, que fue portavoz y organizador de su campaña para la presidencia, nombrándole secretario general de la Comisión y poniéndole al frente de sus 32.000 funcionarios.

Se critica asimismo el hecho de que uno de sus comisarios, el de recursos humanos, el también alemán Gunther Oettinger, considerado muy próximo a la canciller Merkel, no haya garantizado la necesaria transparencia en el proceso de selección.

Este último ha irritado a más de uno con sus continuas meteduras de pata, como cuando dijo que habría que colocar en las instituciones a media asta las banderas de los países que incumplieran las reglas de la UE.

O cuando, en declaraciones a la TV de su país, afirmó que serían los mercados los que enseñasen a los italianos a votar: tal es el elevado concepto de la democracia que parece tener ese comisario del equipo de Juncker.

No puede éste tampoco estar satisfecho de que , durante su etapa, una mayoría de los británicos decidieran que estarían mejor fuera que dentro de la UE o de la burla continua que Gobiernos como el húngaro o el polaco hacen de los valores europeos.

Por no hablar del chantaje al que con su violación del pacto de estabilidad, la Italia de Di Maio (Cinco Estrellas) y Salvini ( La Lega) somete al resto de los miembros de la eurozona sin que parezca importarles a esos dos partidos populistas el futuro de la moneda común.

"Soberanía nacional" parece el actual grito de guerra. Y así, con esa suma de egoísmos, jamás se construirá Europa: al menos la que muchos queremos.

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