ace algunos años cené con Josep Borrell (PSOE) y con José María Gil Robles (PP), dos de los tres españoles que han presidido el Parlamento Europeo. Borrell me pareció una persona muy sensata, y un político brillante. Un socialdemócrata de libro, de esos que cualquier país se pegaría por tenerlo al frente del Estado. De esos políticos necesarios para trabajar por el bien común. Con imagen, con formación, educado y de verbo cuajado y fácil.

España tiene un buen ministro con Borrell. No importa decirlo desde otros paradigmas políticos. Porque lo que verdaderamente necesita este país es elegir, para los puestos de máxima relevancia, a los mejores, no a los que ladran.

El Parlamento Español camina por una deriva de barra de bar que inauguraron hace años los amigos de ETA, Herri Batasuna, y siguieron los de Podemos y más tarde Esquerra Republicana de Cataluña. El circo, al que últimamente nos tienen acostumbrados, deambula en «el más difícil todavía», que presentaba el director de pista.

Esta semana se ha vuelto a cruzar la línea, y no será la última vez. El tal Rufián, amigo íntimo del defensor de ETA, Otegui, salía otra vez a pisar su circo particular con los aspavientos, exabruptos, y relicarios propios de su secta. Nada hay que hablar con aquellos que no quieren hablar, sólo insultar. Han entrado en un bucle, seguidos por mucha gente, en el que tienen difícil escenificar su proyecto político, a menos que trasgredan cualquier norma de convivencia.

El monólogo cansino, y tardo franquista, al que nos tiene acostumbrados este muchacho sería para el Club de la Comedia si no fuera porque está violentando las calles. Nunca critica los escraches que se hacen a los jueces, a los políticos que no piensan como él o a la policía. ¿Cómo lo iba a hacer uno que comparte ideas con los abertzales?

Se encontró en su diatriba con un ministro, con nuestro ministro Borrell, que le dio su medicina. No valdrá para todos aquellos maleducados que son capaces de alabar a tremendo personajillo. La frase de Borrell, enchufando a Rufián como fabricante de serrín y estiércol, pasará a la posteridad. Nada hay que borrar del diario de sesiones. Queremos que los espumarajos de Rufián queden para la historia, como quedaron las más infames proclamas de los totalitarios.

El serrín es ese conjunto de partículas que se desprenden de madera, cuando se sierra. Y el estiércol es el excremento de animal. Nada más oportuno para el discurso, por llamarlo de alguna manera, de este diputado malhablado. «Una mezcla de serrín y de estiércol», acertó a decir nuestro ministro. Y no debió entenderlo el niñato de Rufián, porque no escucha a los que no piensan como él. Sus manitas abiertas en plan chulo de barra, me recuerdan a los parlamentarios batasunos cuando todos los parlamentarios les condenaban y, brazos abiertos, señalaban a los que poníamos los muertos.

Necesitamos sosiego y que todos estos personajes pasen. Y pasarán. No hay mal que cien años dure. Toda esa retranca verbal para defender una quiebra del Estado solo acabará mal. Despertaremos del mal sueño de tener que aguantar esa chulería y prepotencia. No escuchan por si les entra la duda. Su mantra independentista les obliga a buscar enemigos. Mejor tensar, mantener vivas las fuerzas violentas, verbales, de acoso a los que no están en el circo suyo, para que el Estado se resquebraje.

Fue muy ilustrativa la respuesta del ministro. De un madero se saca el serrín. Pero no digo madero, que estos enseguida piensan en nuestra magnífica Policía, y les entra el tembleque. El madero vale, el serrín menos. En lo del estiércol es al revés. Yo habría dicho «caca», que vale menos que el estiércol.

Pero definitivamente, la mezcolanza de serrín y estiércol, era un epíteto que bien podría llevar en su mochila ideológica esta pobre criatura de Rufián. No va a poder cambiar el muchacho, así se le pueda educar fuera de la secta maniática independentista. Porque ese proceso, que tiene cura, necesita de algo más que expulsarle del parlamento. Necesita volver a la escuela, pero no a la del manual nacionalista. Necesita la escuela libre. Y la libertad no la administran sus amiguetes. Es la razón lo que les falta. Y las formas.