Parece que sea desde hace poco que la sociedad se está preocupando del maltrato a la mujer con la especialización de los juzgados de Violencia, como si hasta este momento no hubiera tenido un especial reproche social. Nada más lejos de la realidad. El pasado sábado, mientras escuchaba en el Gran Teatro La Traviata de Verdi, llamó mi atención unos versos del final del tercer acto en los que el coro se dirige a Alfredo: « Innoble difamador de mujeres, aléjate de aquí!!, nos causas horror» y la reflexión de su padre por la conducta de quien aparece como maltratador: « El atroz insulto contra esta mujer, a todos ha ofendido, mas la infamia no quedará sin castigo...».

Esos versos me hicieron pensar que, aunque no ha sido hasta hace unos años el que la conciencia social se ha despertado, lo cierto y verdad es que esa repulsa no es nueva y se ha venido produciendo a lo largo de los siglos. Hay muchos ejemplos, pero, por especialmente significativos he traído aquí esos versos, que son de La Dama de las Camelias, de Alejandro Dumas hijo, escrita en 1848.

Incluso en esa ya decimonónica sociedad existía una reprobación del maltrato y ni era una acción justificable ni podía tener respaldo en ningún ámbito. Pero hechos similares se remontan a miles de años. Cabe recordar esas viñetas con un troglodita vestido con pieles, portando una maza en una mano y en la otra, arrastrando una mujer por los pelos. Lo que llama la atención es que hayan tenido que pasar siglos y siglos de maltrato para que definitivamente hayamos tomado conciencia del grave problema que entraña y no sólo para que se tome conciencia sino para que fse hayan adoptado medidas categóricas para dar respuesta a esta conducta antisocial.

Pero siendo necesario, el castigo no es la única solución al problema de la violencia toda vez que el delincuente, cuando comete un hecho delictivo, y más de estas características, asume el riesgo, no le importa lo más mínimo o la valoración de este es inferior a la sed de agredir, herir y ofender.

Es por esto que creo que debemos de abogar por una actividad preventiva antes que represiva y, en todo caso, si se produce la agresión la sociedad y las mujeres debemos de exigir atención, cuidado y amparo con la agredida.

Tan sólo con la educación y la concienciación social respecto del rechazo que debe provocar el maltrato, será posible disminuir la grave tasa de agresiones que las mujeres sufren a diario. Como muestra cabe decir que tan sólo en nuestra ciudad, según publicó INFORMACIÓN: « Los juzgados de Elche registran un aumento del veintiséis por ciento de los casos de violencia machista en el último año». Y, lo que es más grave y preocupante, « Los juzgados de Elche ingresan un caso de violencia de género cada cuatro horas», lo que demuestra en primer lugar que el Código Penal no es suficiente para frenar esta lacra que nos asusta; y en segundo, que algo estamos haciendo mal, algo está fallando porque las mujeres siguen sufriendo maltrato pese a todas las campañas de sensibilización. Esto demuestra que hay muchos hombres que no han sido educados correctamente en el respeto al prójimo en general y a la mujer en particular.

Sobre la represión, se puede hablar hasta donde se quiera, pero los poderes públicos deben darse cuenta de que no es sin más el camino para luchar contra la violencia a las mujeres. Hay que llegar a convencer al ser humano de que no se puede, no es correcto y es absolutamente infame agredir a una mujer. Y esto resulta absolutamente imprescindible para luchar contra este grave problema.

Creo que el objeto de los poderes públicos debe ser con carácter primordial la educación para concienciar y asimilar el problema que supone y la gran reprobación social que recibe. El infame debe ser castigado, pero antes ha de conocer que la infamia no se debe producir. Sólo así, podremos luchar con este problema. La simple represión se demuestra bastante inútil cuando la mayoría de casos nos encontramos crímenes pasionales, irracionales y sin un beneficio real para el criminal.

Más de sesenta mujeres muertas anualmente, y su número creciente, nos debe hacer pensar que, como decía antes, algo estamos haciendo mal.