La educación en España lleva unos años siendo una especie de cajón de sastre, en el que el orden y concierto brillan por su ausencia. Se diría más cajón desastre que otra cosa. Los políticos no parecen muy conscientes de la necesidad de lograr un gran pacto de Estado por la educación, por el bien de las generaciones futuras, que sería en realidad el de toda nuestra sociedad. Parece como si no hubiera una conciencia colectiva de la conveniencia de acabar con las diferencias territoriales de unas regiones a otras en nuestro país, entre otros males endémicos que arrastran las sucesivas políticas educativas del Gobierno de turno, nacional o autonómico. De lo de las lenguas y el presunto derecho a elegir de los padres, no tengo espacio suficiente aquí para hablar. El otro día la presidenta andaluza, por ejemplo, en vez de plantearse cómo solucionar el problema, se hizo la ofendida cuando se supo el dato de que los escolares andaluces tienen un nivel educativo muy bajito. Por lo visto estamos sumidos en un pozo y no cumplimos con lo que sería de esperar según los informes Pisa, pero no se ve voluntad, o capacidad, para solucionarlo.

Sin educación no vas a ninguna parte en este mundo, decía Malcolm X. Y el objetivo de educar mejor a los niños y jóvenes debería ser prioritario. La gente de mi generación fuimos educados con libros, cuadernos de Rubio para aprender buena caligrafía, sumas y restas en papel de cuadritos y luego calculadoras básicas, mapamundis, reglas que tenían usos a veces indeseables y otros elementos hoy casi de museo. Sin embargo, los programas se mantenían año tras año y no estaban sometidos al capricho del ministro de Educación de turno. Cuando se llegaba a COU se presuponían unos conocimientos mínimos a cualquier estudiante que aprobara Selectividad. Ahora, en cambio, la ministra Celaá se descuelga no ya con la decisión ridícula de aprobar a la gente sin llegar a esos mínimos, bajo el argumento tramposo de que los estudiantes no se traumaticen. También está amenazando con derogar toda la LOMCE, nada menos. Sí, hombre, sí, echemos más mediocres al mundo, que la meritocracia no es lo primordial, sino tener a la gente contenta, para que no se dé cuenta de lo ignorante que es en realidad y poder manipularla a placer. Y que vean cómo, pese a sus enormes carencias, se puede llegar incluso a ministro o ministra. Todo un ejemplo.