Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Pellizco al pan

Ese gesto cotidiano no exento de pillería infantil de darle un pellizco a la barra de pan recién comprada cuando nos dirigimos a almorzar a casa. Esa sensación de feliz oficinista que ha despachado ya las más engorrosas gestiones de la jornada. Esa miga, la corteza, el delicado sabor dulce-salado. El tacto del pan, que cruje y se nos entrega dócil. Guardamos luego la barra o pieza en su bolsa o papelón y masticamos el trozo aspirando aire, caminando, mirando ya la vida y su acontecer de manera más benevolente.

El sol no nos parece ya agresivo ni las nubes amenazantes. Saludamos a ciclistas y un hálito de optimismo nos entra por la pernera. El trocito de pan nos pasa por la garganta, nos alivia al mismo tiempo que nos despierta el hambre, un hambre de mediodía, de almuerzo con nostalgia de aquello que tal vez se fue: gente trajinando en la cocina, mantel impoluto, tinto en el centro de la mesa, un niño que corre enarbolando una zanahoria. Planeamos si mojaremos o no el pan, si nos ayudará a empujar un trozo díscolo de carne o nos servirá incluso como pre-postre, antes de esa no indescriptible, eso nunca, pero sí difícilmente descriptible sensación placentera que aporta la primera cucharada de un tocino de cielo. Llevamos la barra de pan debajo del brazo, lugar donde tal vez tenga que convivir con el periódico del día. Con suerte, con la mano del otro brazo portaremos una bolsa con alguna gollería que complemente el almuerzo, unas aceitunas, un frasco de vermú casero, unas piparras, unos mazapanes o unos rabanitos para echar en daditos al plato si es que el plato es de legumbres, unos garbanzos con pulpo pongamos por caso. La barra llegará a casa con nosotros y nuestro optimismo. La partiremos y compartiremos. Tal vez sobre algo. Un pequeño bocadillo para el pequeño a la hora de la merienda, una tostada el día siguiente con ese café que tan bien nos sabe descalzos en la cocina. Procuraremos no tirar nada, que ningún trozo vaya a la basura. Si no hay más remedio que tirar, nos cercioraremos antes de que no nos ve nadie y recordaremos el gesto de nuestras abuelas besando el trozo de pan que a la basura ha de tirarse. Perpetra uno estas líneas, que aspiran a ser frescas, del día, crujientes, con la premura por ir a casa, hora de almorzar, nuestra panadería que aguarda. Ese gesto cotidiano no exento de pillería infantil de darle un pellizco a la barra de pan recién comprada cuando nos dirigimos a almorzar a casa.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats