Hace ya mucho tiempo vi unas fotos de Adolf Hitler dando unas medallas a unos niños con uniformes de soldado. El significado era terrible, para Hitler en su bunker, aquellos niños formaban parte de su cada vez más menguante ejército, ya que probablemente asumía que cualquier persona con uniforme, que pudiera sostener un lanza granadas y que levantara el brazo en alto era un soldado.

Salvando las oportunas distancias, esas imágenes volvieron a mi mente cuando leí la propuesta de la ministra socialista de Educación Isabel Celaá sobre el posibilitar superar el Bachillerato aunque tuvieras alguna asignatura suspendida. Ignoro cuántos estudiantes se podrán ver afectados en los próximos cursos, tampoco cuántos de ellos no tendrán un ataque de frustración gracias a esta medida, como dice la ministra. Pero sí que parece evidente que esta medida es un parche muy llamativo que posiblemente se haya utilizado para esconder que nada cambia en la educación en España, o si cambia, es para volver a los modelos que han demostrado su fracaso y también a los que ignoran los problemas de la inmersión lingüística. En el fondo es un reconocimiento por parte del Gobierno que no se quieren conocer los problemas que originan el fracaso escolar ya que parece que se tiene pánico de las medidas que habría que tomar para resolverlos.

Lo primero que tendríamos que tener claro es para qué sirve la educación de nuestros jóvenes. Decía Albert Einstein que «la educación es lo que queda cuando has olvidado lo que aprendiste en la escuela». Probablemente más allá de la frustración que puede suponer el suspenso puede ser más importante la fortaleza de tener que superarlo o de no caer en él. Es curioso que de la escuela recuerdes más aquellas asignaturas que te supusieron unos retos adicionales que las que simplemente no te aportaron nada, aunque las aprobaras de forma sencilla.

Pero en nuestro mundo cambiante, está más vigente lo que decía el psicólogo Jean Piaget, que fijaba el objetivo de la educación en conseguir que las nuevas generaciones fueran capaces de hacer cosas nuevas y no tan solo repetir lo que hicieron las generaciones anteriores.

En los próximos años se hablará de nuevas formas de trabajo, de nuevas necesidades para los profesionales del futuro, de robótica, big data, internet de las cosas, inteligencia artificial, mientras tanto, este debate no aparece en la propuesta de la ministra. Necesitamos cada vez más jóvenes más preparados para el cambio en un mundo competitivo que hagan mejor nuestra sociedad. Pero sin ser tan ambiciosos, uno de los objetivos de la educación, como bien afirmaba el ex rector de la Universidad de Alicante, Andrés Pedreño, debe ser la empleabilidad de los jóvenes que forman. Pero el mensaje que se lanza desde el Ministerio es otro. Puedes aprobar sin esfuerzo, puedes obtener el título con suspensos y, por supuesto, nadie va a medir los resultados de colegios, institutos, universidades no sea que se frustren estudiantes o profesores.

Sin estas medidas de resultados en todas las etapas intermedias el proceso formativo cae. No hay que olvidar que el suspenso es un fracaso tanto del profesor como del estudiante, igual que el aprobado es mérito de ambos. Pero voy más allá, no hay nada más fácil para un mal profesor que aprobar a un estudiante que no lo merece. Probablemente nadie se queje de ello, exceptuando los receptores de dicho estudiante en el siguiente ciclo o en el mundo laboral.

Hace algunos años un estudiante me decía que, aunque le parecía interesante mi asignatura, su principal objetivo era aprobarla. Yo le respondí que hacía bien, pero que ya que estaba en esas, todo lo que aprendiera en el proceso seguro que no le iba a ir mal. Acabé diciendo que también dentro de mis objetivos estaba el evaluar la asignatura de forma que los que hubiesen obtenido los conocimientos y habilidades exigidas fueran los que la superaran.

Podemos seguir autoengañándonos y disfrutar de unas estadísticas de aprobados y fracaso escolar que nos satisfagan pero que ocultan la realidad. Podemos seguir moviendo fichas en un mapa de guerra en un bunker de Berlín que parece que representan divisiones de soldados aguerridos pero que en realidad solamente son niños mal preparados y armados camino del matadero. O quizá podamos cambiar la educación de forma consensuada para que las nuevas generaciones mejoren la nuestra.