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Autonomía y solidaridad

Hacia un saludable equilibrio entre la cooperación y el egoísmo

En el avión, el altavoz ruega a los viajeros, que, aunque lo hagan frecuentemente, atiendan a las recomendaciones de seguridad. Cuando llega el momento en el que explican que en caso de despresurización una mascarilla caerá del techo, señalan que es importante ponérsela y ajustarla antes de ayudar al acompañante necesitado. Se cumple así el dicho: la verdadera caridad empieza por uno mismo. Fue quizá la razón de que el santo de los pobres medievales, San Martín, se represente cortando la capa en dos. De haberla dado toda, él se volvería necesitado, se convertiría en receptor de ayuda. Fue el pasado día de San Martín, 11 de noviembre, cuando se celebró el centenario del armisticio tras la primera guerra en la que la tecnología modificó el campo de batalla. Allí, bajo el Arco de Triunfo de París, se congregaron líderes mundiales y Macron tuvo otra oportunidad para desgranar su doctrina. Quiso distinguir entre nacionalismo y patriotismo. Naturalmente, él, como buen francés, defiende lo segundo. En sus palabras: "Nacionalismo es una traición al patriotismo, nuestros intereses lo primero, ¿ a quién le importan los otros?" Está claro que se dirigía a Trump, quien asistía en silencio. Su lema es América lo primero y haz América grande otra vez. Lo confirma con hechos. En los dos años que lleva de mandato ha abandonado o denunciado por inútiles o contraproducentes varios acuerdos internacionales: comercio, proliferación de armas nucleares, cambio climático, la OTAN, la Unión Europea.

Que la verdadera caridad empieza por uno mismo es lo que parece que piensa Macron cuando dice: "Defiendo que tenemos una identidad fuerte. Al mismo tiempo soy decidido creyente en la cooperación, que la cooperación es buena para todos mientras el nacionalismo se basa más en el abordaje unilateral y la ley del más fuerte".

El ser humano, al igual que otros seres vivos, tiene que buscar el equilibrio entre el egoísmo y la cooperación. Hacer de la vida una entrega a los demás puede que no siempre funcione si uno no se fortalece, si todo su empeño está fuera: cualquier revés lo puede desequilibrar. Lo vemos en los cuidadores entregados, los que organizan su vida entorno al ser al que por amor o deber dedican tiempo y emociones. No tanto los que lo hacen como una forma de ganarse el sueldo, aunque su implicación también los afecta. Son los primeros, generalmente familiares de enfermos, los que con su entrega ponen en peligro su salud afectiva, incluso la física como repercusión del desequilibrio emocional. Ellos son los que más necesitan fortalecerse, un cierto egoísmo para construir, digamos, un patriotismo fuerte, al estilo Macron, que les permita soportar las difíciles exigencia del familiar sin que vaya minando su afectividad.

Las grandes compañías, especialmente las tecnológicas, se han dado cuenta de que un atractivo para los trabajadores, por los que compiten, es ofrecer cursos y tiempo para meditar, especialmente, con la técnica de conciencia plena. Además de ese incentivo que prende muy bien en el perfil de este tipo de profesional, la teoría, soportada por algunos estudios, es que disminuye el estrés, aumenta la concentración en la tarea y facilita la comunicación entre trabajadores. Al final, consiguen lo que quieren: que mejore el rendimiento.

Kazantzakis fue un cretense de educación occidental cristiana que tuvo un pie en Oriente, siguiendo la tradición de ese país. Le hace decir al personaje más conocido: "He dejado de acordarme de lo que ayer ocurrió y de preguntarme qué ocurrirá mañana. Lo que ocurre hoy, en el minuto presente, es lo que me interesa. Yo digo: ¿Qué haces Zorba en este momento? Duermo. ¡Pues, entonces, duérmete bien! ¿Qué haces en este momento, Zorba? Trabajo. ¡Pues entonces, trabaja bien! ¿Y ahora qué haces, Zorba? Estoy besando a una mujer. ¡Pues entonces, bésala bien, Zorba, olvídate de todo, que en el mundo sólo existís ella y tú, hala!". Eso es precisamente la conciencia plena, una predicación que figura en nuestra cultura aunque se oponga a la idea de que éste es un periodo de tránsito, un valle de lágrimas del que hay que huir cuanto antes: "Vivo sin vivir en mí muero porque no muero". Sin embargo, la misma doctrina recomienda aprovechar los talentos: vivirse intensamente. Es la lógica contradicción, inscrita en nuestra mente, porque somos animales que al mismo tiempo experimentamos el pasado, el presente y el futuro.

El historiador Harari, un best seller, el "New York Times" lo trata de filósofo. Él dedica todos los días varias horas a la meditación y permanece dos meses en silencio. Con eso pretende evitar las consecuencias de una atención fragmentada en un mundo en el que nos inundan los datos. Para ser uno mismo. Si es cierto lo que decía Tagore que la vida nos la dan y la merecemos dándola, para hacerlo hay que hacer acopio, llenarse y fortalecerse. Ser autónomo exige un trabajo. Y como decían los médicos catalanes, reunidos en Perpiñán hace ya 50 años, para alcanzar la salud hay que ser autónomo, solidario y feliz.

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