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La violencia es una enfermedad

Las fotografías no dejaban lugar a dudas. Una banda de mañacos tumbados en el suelo, boca abajo, y con las manos por delante. La policía, e hizo bien, les hizo morder el polvo. Porque esta sociedad necesita defenderse de todos aquellos que se aúpan con bates de béisbol, y otros menesteres, a golpearse. Salir un día, se supone que para ir al fútbol, y citarse con la banda rival para endiñarse es una enfermedad muy grave. No es el fútbol, que esa es la excusa. Se utiliza el deporte para desfogar los más bajos instintos de una muchachada repleta de odio y falta de educación.

¿Qué hemos hecho mal? ¿Qué hemos hecho mal para que unos niñatos se emparejen para pegarse, en vez de para hacer el amor? Esa violencia gratuita, y organizada, es un síntoma grave para una sociedad democráticamente organizada. «Usamos la pistola porque temimos por nuestras vidas», acentuó el policía el pasado martes en rueda de prensa. No me extraña. Tres detenidos de 45 años (casi mi edad tiene el pardal), 41 y 27. Talluditos que se dice. Pero, ¿de dónde puñetas salen estos mequetrefes? ¿En casa a estos, no les dijo nadie que eran unos asociales?

Mal argumento puede tener alguien que, en vez de disfrutar los placeres del fútbol, se asocia con la violencia. Y me pregunto qué puede pasar por la cabeza de cada uno de estos tarados que creen que la satisfacción máxima es pegarse de leches con otro, mejor si es de otro equipo. Tanta insatisfacción vital deben de tener dentro que lo solucionan con dos guantazos. Y esa podredumbre vital no es tolerable.

Salir de casa enchufado con tu pasamontañas, tus artilugios violentos, en vez de con tu bocadillo de caballa y tu bufanda orgullosa, es una enfermedad. La violencia ejercida contra otro es mala a cualquier edad. Pero entre la chavalería joven, y por eso de la testosterona, ocurría de vez en cuando. Pero cuando te metes en los 40 y tienes que salir a la calle a pelearte, tu adolescencia se ha prolongado. Y esa cura te la tiene que administrar la policía, tirándote al suelo y humillándote. Porque tu «derecho» a pegarle a otro no está permitido en nuestra democracia. Tu selva, la ley de la selva, no se va a hacer hueco en nuestra soñada libertad.

Todos los violentos tienen la misma cara. La faz del odio amparada en un relato mentiroso. Se escudan en la manada fervientemente acompañados de cánticos baratos y gruñidos varios. Toda la escenografía de una colla de perturbados violentos no es más que un fallo del sistema, mental y social.

Por eso nos defendemos. Por eso los detenemos. Por eso les debería caer una fuerte pena. No es una chiquillada, ni es una tontería. Lo que verdaderamente hace fuerte a una sociedad es la constatación de que los violentos no tienen espacio, ni vital, ni social. Nos protegemos para que nadie sea capaz de usurpar el espacio público, ni violentar a otro.

Toda justificación, o tolerancia, de esta malvada lacra nos debilitará. Ellos, los malos, los violentos, tienen que saber que nuestra organización se llama Estado democrático. Y que la violencia le tenemos penada en el Código Penal.

Mal harán los equipos de fútbol si no son rigurosos con esta calaña. Todos y cada uno de los que utilizan el escudo de un equipo de fútbol para administrar sus penurias mentales no debieran ni pertenecer a él, ni entrar en los campos de fútbol. Nuestra fortaleza está en ser fuertes contra los violentos. Que sepan que su actitud socava todos los principios éticos, morales y legales que hacen difícil su encaje en nuestra sociedad. No los queremos cerca, ni dentro del fútbol. Porque tan pronto seamos capaces de erradicar esta lacra de ese maravilloso deporte, todos y cada uno de los salvajes serán reducidos a la mínima expresión. La violencia es una enfermedad que se cura con educación. Y hasta que entiendan eso los violentos, convendría emplear a la policía, las leyes y el orden, para que no acampen en nuestras calles. Por salud pública, por decencia democrática y por la defensa de las libertades, que tanto costaron recuperarlas.

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