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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

Provincianismo (nacionalismo) de mesa camilla

Es un sentimiento a flor de piel, como el del forofo de fútbol que sólo ve penaltis en el área enemiga o entradas malintencionadas a las defensas rivales

El provincialismo me parece como el nacionalismo: un buen tema para una tertulia rancia de mesa camilla de casino en la España profunda. Cuanta más boina, mejor; cuanto menos análisis profundo, también mejor. Es un sentimiento a flor de piel, como el del forofo de fútbol que sólo ve penaltis en el área enemiga o entradas malintencionadas a las defensas rivales. Si no fuera porque las guerras siempre han tenido como causa el localismo estrecho de miras, la cosa no tendría mayor trascendencia. El problema es que de discutir se pasa a pelear y de ahí a tirarse todo lo que se tiene a mano, desde pinturas a bombas, porque difícilmente se puede hacer un ejercicio de sensatez cuando las posturas están absolutamente polarizadas.

Hay que reconocer algo: como estrategia es impecable. Tiene todos los componentes viscerales que permiten sin ningún mecanismo racional diseñar un programa inatacable: odio al diferente y al vecino, agravios comparativos, humillaciones reales o fingidas. Lo bueno es que todo, absolutamente todo, puede analizarse en clave de victimización, da igual una carretera que una ofensa de protocolo.

Todo vale porque nada vale. Ni un océano de actuaciones favorables y discriminación positiva sepultaría un pozo insondable de menosprecios y desaires históricos, mayormente porque la historia es moldeable a los intereses de cada cual y al final vete a saber qué sucedió realmente hace cuatro siglos o veinte años. Si no encontramos la tumba de Cervantes y dudamos sobre si existió Shakespeare (yo creo que no), imagínense todo lo demás.

Donde escribo nacionalismo se puede traducir perfectamente por provincianismo o localismo, posturas excluyentes que rechazan la verdad para inclinarse siempre por las noticias falsas, que siempre son mucho más jugosas que la aburrida verdad. Los que hemos sido redactores jefes de un medio siempre les pedimos, en broma, a los periodistas que no dejen que un buen titular quede estropeado por la tozuda realidad. Otros van más allá y lo aplican al dedillo y como tienen el titular pero no la noticia, incumpliendo códigos éticos, procuran adaptar ambas, aunque duelan como un pie del 45 metido en un zapato del 38.

Hay que reconocer que el localismo da mucho juego y que el victimismo se crea de forma sencilla, no hay que poseer la fórmula de la Coca-Cola para hacer un brebaje que mezcle los sapos y las culebras con los ojos de serpiente y los culitos de rana. Oscuros nigrománticos dan vueltas al caldero echando sin parar mejunjes, produciendo licores de reconocido éxito popular a la par que indigesta asimilación. Lo malo de la brujería es que tratar de volver a meter en el tubo la pasta de dientes es ejercicio agotador e inútil y los vapores que efluyen de los calderos arruinan la salud mental de muchos.

Si malo es el localismo no es mucho mejor el centralismo por imposición y ya puestos, esos pellizcos de monja destinados a tocar las narices sin mucha más motivación que crispar por crispar. Los odios africanos tienen su imagen imperecedera en la lucha a garrotazos de la pintura de Goya, con los dos paisanos enterrados hasta la cintura, de forma que nadie pueda escapar y que uno, o los dos, están condenados a perecer. Más absurdas me parecen las peleas de patio de colegio en el que el poseedor del balón se lo lleva si el resto de los jugadores no le dan la razón o no le aceptan pulpo como animal de compañía.

Que por cogerse un capazo quieran eliminar la representatividad del presidente de la Diputación en el Puerto es una cacicada. Que los otros reaccionen apelando a la sandez del menosprecio al «gobierno provincial» y a la «presidencia de la provincia», cargos y denominaciones que en absoluto existen más allá de autojustificaciones y argumentarios políticos, qué quieren que les diga? Gentes de buena fe habrá que se crean que unos quieren por encima de todo la autonomía provincial y los otros el centralismo a ultranza, cuando intercambiando los papeles ambas posturas darían un giro copernicano. Nada es verdad ni es mentira sino del cristal con que se mira y del sillón que ocupes circunstancialmente y defender una postura o la contraria es el ejercicio más sencillo que se puede plantear en cualquier escuela de debates.

No se equivoquen. Aunque les pueda parecer caricatura, estas armas las carga el diablo y localismo, provincianismo, nacionalismo y centralismo son exactamente la misma teoría aplicada a diferentes dimensiones y territorios. En unos casos quitan partidas de los presupuestos para hacer la vida menos fácil, cuestionan la propia existencia de administraciones o configuraciones territoriales o niegan el pan y la sal a organizaciones supraprovinciales. En otros cuestionan el papel del Estado Central y pretenden salir corriendo en una huida hacia ninguna parte, porque a ningún sitio se puede huir en un mundo globalizado excepto si tomas el camino de las estrellas. En los de más allá quieres que se queden por narices sin más argumento que porque así se ha hecho siempre y no le toques ya más que así es la rosa.

Son ideas que han hecho mucho daño por más viejas que nos parezcan en el mundo actual. Como unas se retroalimentan de las contrarias, hasta que alguien no pare la rueda, el tráiler no dejará de avanzar hacia el precipicio.

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