Uno de los motivos que empujan a numerosas personas a migrar, a desplazarse a otro lugar para emprender una vida distinta, consiste en la posibilidad de obtener ingresos suficientes que les permitan enviar recursos a sus familiares en sus países de origen. Son las llamadas remesas, que se transfieren a través de canales formales como bancos, oficinas de correos o compañías remesadoras especializadas, que al ser registradas en las balanzas de pagos nos ofrecen una valiosa información sobre su volumen y evolución. Bien es cierto que existen otros canales llamados informales que se utilizan para enviar dinero utilizando amigos o familiares que se desplazan a los diferentes países de procedencia de los inmigrantes, junto a otros sistemas mucho más sofisticados y herméticos, como la Hawala, utilizada en el mundo musulmán o el Chit, en el caso de China, de difícil cuantificación, aunque las autoridades mundiales tratan de conocer y limitar su uso.

Las remesas de los inmigrantes son, por tanto, recursos privados que pertenecen a estas personas, fruto de los ingresos que obtienen, decidiendo estos de manera personal su envío, de la misma manera que todos nosotros decidimos el empleo de nuestros recursos. Es importante no olvidar este aspecto porque no es infrecuente escuchar a personas que defienden que tenemos que decir a los inmigrantes a qué tienen que dedicar sus ingresos, un auténtico disparate. La importancia de las remesas reside en que, desde hace tiempo, se han convertido en un factor de desarrollo de primer orden y uno de los flujos económicos mundiales más importantes que reciben los países empobrecidos, gozando de algunas ventajas y particularidades que les otorgan un valor económico y social muy especial.

Las remesas se han convertido en el principal vehículo para trasladar recursos económicos desde los países del Norte hacia los países del Sur, pero sin los inconvenientes ni las limitaciones que tienen otros instrumentos. Son más seguros que las ayudas al desarrollo o las inversiones, permanecen durante más tiempo, no están condicionadas por las exigencias que ponen instituciones y organismos internacionales, ni tienen compromisos de devolución, al tiempo que tampoco existe sobre ellas la posibilidad de repatriación de beneficios como sucede con las inversiones. Por si todo ello fuera poco, su destino fundamental es apoyar los gastos de subsistencia, el acceso a servicios esenciales y, de esta forma, favorecer el desarrollo social de las familias a las que se les envían. También sirven para pagar deudas de viaje asumidas por quienes salieron hacia otros países, financiar algunos pequeños negocios o permitir mejorar las viviendas en los lugares de donde proceden los inmigrantes.

Al mismo tiempo, las remesas también financian algo tan importante como son las llamadas «cadenas globales de cuidados», redes transnacionales en las que intervienen las mujeres inmigrantes que trabajan en los países de origen, fundamentalmente en labores de cuidados, pero que con sus ingresos contribuyen también a mejorar las condiciones de vida de sus familias y particularmente de las mujeres en sus lugares de procedencia mediante una mejora de los cuidados que reciben.

Se comprenderá, por tanto, que se consideren como uno de los principales vehículos económicos que en estos momentos tienen los países en desarrollo. De hecho, para el año 2017, el Banco Mundial calculó que el total de remesas oficiales hacia estas naciones superó los 626 mil millones de euros, una cantidad que multiplica por cuatro la Ayuda Oficial al Desarrollo que recibieron todos los países más pobres en ese mismo año. También es importante destacar que muchos países occidentales recibimos remesas de nuestros ciudadanos que han emigrado a otros países buscando un trabajo que no tenían, como sucede en el caso de España. De hecho, nuestro país recibe un volumen económico muy importante, superior a los diez mil millones de euros, como remesas de trabajadores que están en el extranjero, pero nos envían este dinero, una cifra en crecimiento como consecuencia del elevado número de personas que han emigrado en los años de la Gran Recesión.

Ahora bien, el análisis de la evolución de las remesas en España está arrojando algunos datos llamativos, demostrando cómo las migraciones han cambiado de manera intensa como consecuencia de los efectos de la crisis vivida. En primer lugar, desde nuestro país, los inmigrantes envían cada vez menos dinero a sus países de procedencia. Ello se debe a dos factores fundamentales, como son el retorno muy importante de inmigrantes que se ha vivido en los años más duros de la crisis, como evidencian las cifras del INE, así como por el hecho de que también un buen número de extranjeros han conseguido la nacionalidad española y han arraigado definitivamente en España en la última década. Pero al tiempo que los inmigrantes envían menos remesas, también han cambiado los principales países destinatarios de las mismas, y se envían cantidades menores como consecuencia de que los salarios que perciben son ahora más bajos.

Sin embargo, son muchos los desafíos pendientes sobre las remesas en España, como conocer bien su integración en las economías locales, explorar su papel en la reducción de la pobreza o el comercio e identificar experiencias embrionarias de generación de sistemas productivos en las comunidades de las regiones que las reciben.