A veces los pequeños gestos son más poderosos que los grandes. Y, cuando estamos sensibles por compartir el padecimiento de personas a las que queremos, nos conectamos con lo más esencial de nuestro ser. En situaciones así, esos pequeños gestos se vuelven poderosos. El padecimiento humano es una especie de sacudida, que en el fondo resulta necesaria, porque en general andamos enredados otras cosas, que bien pensado apenas importan. Las personas sí, son lo más importante, pero al parecer necesitamos recordatorios que nos refresquen la memoria de cuando en cuando.

Esta semana estamos en el Hospital General. Viendo los boxes de urgencias detecto que hacen falta más medios para dar a los enfermos la dignidad que merecen. Unas luces menos agresivas, las cortinas de separación entre camas, mínimo refugio para esa intimidad de pronto mancillada, al menos lavadas, más espacio para cada paciente, yo qué sé? que lo tienen que tirar abajo y rehacerlo entero, vaya. Del personal sanitario no tengo más que halagos, pero quiero mandar un saludo especial al de enfermería y auxiliares de la planta de Oncología, que son quienes están bregando con los pacientes todo el tiempo, dándoles ahora una palabra de cariño, luego una pastilla. En general todos tratan de ser amables, claro está que también son personas, y en ocasiones se quedan tocados por la cruda realidad, como cuando el otro día falleció una joven, creo que rumana. Es desgarrador ver a las familias en el momento de la pérdida, claro que estamos en una planta en la que las malas noticias se suceden, y la gente llora, se abraza, grita de dolor, maldice. Mi madre comenta, con no poco sentido, que lo que haría falta allí es que algún voluntario con formación estuviera precisamente para eso, para arropar a los familiares en esos duros momentos. De hecho, recuerdo de una anterior visita a esta planta a una mujer de mi edad, diciendo que «qué flipe, qué flipe», que su marido se había muerto, atolondrada por la noticia como si fuera un personaje de David Lynch, mientras la abrazaba la mujer del compañero de habitación. Jamás lo olvidaré.

Esos pequeños gestos de los que les hablaba son especialmente expresivos en estos momentos. Despojados de nuestras prevenciones habituales, la buena disposición y generosidad de Fela, la esposa del compañero de habitación de mi padre, me emociona solo de pensarlo y me llena de agradecimiento y esperanza hacia el ser humano.