Israel MK Orchesta/Lindberg

ADDA. Sala sinfónica

4 estrellas

The Brass Masters

Pacho Flores, solista. Christian Lindberg, director y solista.

Todos hemos querido ser alguna vez un superhéroe. De niños queríamos ser capaces de volar para llegar al espacio, de tener una fuerza infinita para levantar montañas o de ser invisibles para convertirnos en el espía más eficaz posible contra los malvados. De mayores queremos seguir siéndolo: queremos poder volar para huir de esa situación que nos angustia, tener una fuerza infinita para poder vencerla o ser transparentes para pasar desapercibidos y poder, al fin, descansar. Sin embargo, hay personas que no sueñan con serlo, sino que lo son. Como ejemplo encontramos a el trombonista sueco Christian Lindberg. Su súperpoder, en este caso, es la velocidad. Pero no la de sus escalas demoniacas con el trombón o la de su gesto nervioso e incisivo al dirigir hora y media de programa de memoria, sino la vital. De ahí que empezara a tocar el trombón -paradójicamente- a la tardía edad de 16 años, dos años después ya fuera solista en la Real Ópera Sueca y otros dos más tarde decidiera dedicarse a su carrera de solista. Desde entonces, y en el plazo de unos cuarenta años, ha estrenado más de cien obras dedicadas a su instrumento, ha dado miles de conciertos diversificando su esfuerzo entre su faceta solista, como director y como compositor. Todo esto a un ritmo endiablado que lo posicionan como un ser infatigable que en mitad de sesiones maratonianas de clases maestras anima a sus alumnos a que corran 20 kilómetros con él en el descanso.

Esa fuerza diabólica mostró en el concierto que el pasado miércoles realizó en la Sala Sinfónica del ADDA dirigiendo a la Orquesta NK de Israel en un programa variado y variopinto con una mayoritaria presencia, como no podía ser de otra manera con un director de tal procedencia, de compositores nórdicos. Obviando la manida Primera Suite del Peer Gynt, el concierto resultó intenso en lo diverso de la propuesta con una primera parte que se cerró con una obra del propio Lindberg, Akbank Bunka para trompeta y orquesta, que resultó una obra incisiva y acerada bañada por una frescura de juvenil primavera, fiel reflejo de la personalidad del autor, con un excelente Pacho Flores tocando de una manera soberbia un instrumento, la trompeta, al que sacaba un sonido redondo y bellísimo excelentemente proyectado. Continuó el concierto con el Concierto para Trombón alto de Leopold Mozart (padre del que ustedes tienen en mente) esta vez con el propio Lindberg como solista. Claro, tener enfrente al considerado mejor trombonista de la historia ya pesa, pero si, además, añadimos la imponente figura del músico sueco -incluidas sus chillonas camisas- tenemos una presencia en el escenario descomunal. Da igual que se le vaya algo -es posible que hasta él se canse, aunque no hay pruebas fehacientes-, su estar en el escenario y su dominio del instrumento, sus gestos precisos para centrar nuestra atención en algún elemento en concreto -así lo hizo, por ejemplo, antes de comenzar las veloces escalas de la cadencia- hipnotizan y arrastran hasta convencerte de que estás frente algún tipo de héroe.

De más está entonces que en la Sinfonía nº 3 de Sibelius el escaso cuerpo de cuerdas descompensara el equilibrio con maderas y metales o que el anodino tercer movimiento sonara repetitivo y sin dirección porque tras esto la orquesta, Pacho Flores y otra vez Lindberg al trombón nos obsequiaron con una inolvidable Chega de Saudade que terminó por diversificar más, si se puede, el programa y que nos recordó que los héroes se visten sólo con una tela: la libertad.