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El coche

El Gobierno anuncia en unos pocos años, no más allá de cuarenta, un pestañeo de la historia, el fin del coche tal y como lo conocemos

Yo tuve un vecino, un hombre huraño que nunca respondía al saludo de los otros vecinos, que jamás cedía el paso si te lo encontrabas en el zaguán, que solo mostraba ternura a una cosa en el mundo, su coche, un R-12 de mediados de los setenta del siglo pasado, amarillo pajizo, al que cuidaba más que a su propia vida. Por las tardes, cuando volvía del trabajo y lo aparcaba en el descampado que había frente a nuestro edificio, se arrodillaba en el suelo y quitaba con las manos las piedrecitas que quedaban debajo del auto, como quien prepara la cama de sus niños. Luego le ponía por encima una funda gris y, mientras se marchaba, volvía la cabeza varias veces no sé si para asegurarse de que lo había dejado todo perfecto o por el dolor que le causaba despegarse de su oscuro objeto de deseo.

El coche fue, para aquella generación que pasó hambre, un símbolo de estatus, de haber alcanzado un cierto nivel en la vida. Quizás lo sigue siendo todavía hoy para muchos, no hay más que ver la mirada de algunos por la carretera, "la cara del que sabe", que hubiera dicho Agustín García Calvo: "Cuando veas al hombre de banca/ dinámico y grave/ que en la ranura de su coche/ introduce la llave/ mientras habla con un cliente importante,/ y con mano segura/ agarra el volante,/ verás, si te fijas, en el cristal/ la cara del que sabe".

También el coche fue un símbolo en aquella generación de jóvenes estadounidenses que se sintieron rebeldes y, quemando gasolina a ritmo de rock and roll, quisieron vivir deprisa y dejar un bonito cadáver en la maravillosa década de los cincuenta.

Pero todo eso parece abocado ya solo a la memoria. El Gobierno anuncia en unos pocos años, no más allá de cuarenta, un pestañeo de la historia, el fin del coche tal y como lo conocemos. El mundo va a tener otra cara así que pasen cuatro décadas. El automóvil eléctrico quizás acabe siendo ese bien compartido y autónomo, capaz del libre albedrío de conducirse solo y tiernamente, según van avanzado los expertos, y nos depare un futuro de mayor comodidad, más ecológico y más limpio pero un poco más soso. Es lo que tiene el progreso, que cuando nos mejora también nos despoja de cosas que han sido parte de nuestra vida toda la vida. Es evidente que no podemos seguir contaminando el planeta con tantos humos, pero a ver qué épica encontramos en una "carrera de gallinas" hasta el acantilado entre Jimmy Stark y Buzz Gunderson con un silencioso, prudente, estable cochecito a baterías.

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