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Matías Vallés

'Brexit', el poder de una palabra

El Reino Unido continuará separado de Europa como hasta ahora, gracias a la palabra brexit. Estas seis letras colocadas en el orden adecuado no solo han sintetizado la ruptura de la Unión Europea, también la han dotado de un componente sexy. El logotipo desprende el magnetismo protector de que nada malo puede ocurrir bajo su manto. También sirve de amortiguador, que devuelve al Reino Unido a su ancestral excentricidad. Obsérvese que todas las virtudes asociadas a esta feliz conjunción de vocales y consonantes se expresan con una seductora equis en su interior.

Brexit despide la fragancia de las cosas que nunca acaban de suceder, el discreto encanto de la burguesía. De hecho, puede despeñarse en el parlamento británico. Una institución está obsoleta cuando tarda más tiempo en desprenderse de un miembro antiguo que en incorporar uno nuevo. En lugar de remolonear, la UE debería expulsar a dos países al año, así los demás espabilarían y pertenecer al club selecto recuperaría un encanto hoy trasnochado.

Existiendo una palabra tan gráfica como brexit, resulta innecesaria la lectura de las seiscientas páginas del documento de reanudación de las hostilidades, que según Boris Johnson transforma al Reino Unido en "un estado vasallo". Sin embargo, nadie debería perderse el apartado dedicado a la frontera de baja intensidad entre España y Gibraltar. Allí lo llaman brézzit, variante arcaica porque el fenómeno se adelantó en varios siglos al actual, con la particularidad de que los brexiteers se quedaron con la tierra ocupada antes de aislarse.

Pocos países se atreverían a consultar a sus ciudadanos sobre la permanencia en la UE, a pesar de que grexit, itexit, frexit o spexit carecen de la sonoridad del producto genuino. Cada vez que renegamos del poder menguante de las palabras, aflora una joya como brexit y la seguimos a todas partes.

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