Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Democracia maltrecha

Ya se propuso en abril y se ha vuelto a proponer en octubre. En el Congreso de los Diputados español son muchos los que quieren que su gobierno tome cartas en el asunto de la democracia en Venezuela. Se habla de falta de libertades, de elecciones desarrolladas según criterios poco democráticos y hasta se habla de régimen dictatorial. Pongámoslo en perspectiva utilizando el Democracy Index 2017 publicado hace pocos meses por la Economist Intelligence Unit.

Primero, las cantidades. El informe habla de «democracias completas» (hay 19 y suponen un 4,5% de la población mundial), usa la frase «democracias defectuosas», que no llegan a tal nivel (57, casi la mitad de la población mundial), «regímenes híbridos» 39 y 16,7%) y «regímenes autoritarios» (52 países, 34% de la población mundial).

Después, el orden. Los primeros puestos los ocupan los «sospechosos habituales»: Noruega, Islandia, Suecia, Nueva Zelanda, Dinamarca y así hasta llegar a España, que ocupa el puesto 19, casi ya en el grupo de las «democracias defectuosas» en las que está Estados Unidos, empatada a puntos en el puesto 21 con Italia. Pero, a lo que voy, en los «Estados autoritarios», ¡sí! está Venezuela, empatada con Jordania en este índice de democracia, puesto 117. Vale, de acuerdo, aceptemos que los «buenos» y los «casi buenos» se preocupen por la pureza democrática de los «malos». Porque ya se puede imaginar quiénes están en ese grupo. Pero lo que valdría la pena considerar es el puesto que ocupa Arabia Saudí: el 159, casi ya al final de la cola. Sin embargo, incluyendo el feo asunto de Khashoggi y el todavía más feo de la guerra en el Yemen, las críticas a los sauditas son mucho menores que las que reciben los chavistas, lo cual hace pensar que la situación interna de otros países ocupa a sus señorías según y cómo. Les interesa por cuestiones locales partidistas, no por defensa de unos u otros.

Y ahí viene el tercer punto: las tendencias. El informe que estoy siguiendo constata «el peor retroceso de la democracia mundial en años. Ninguna región registra una mejora en su índice desde 2016, en la medida en que los países muestran electorados polarizados. En particular, la libertad de expresión se enfrenta a nuevos desafíos tanto desde actores estatales como no-estatales». ¿Qué ha pasado?

Pues, en primer lugar, siempre según el informe de The Economist, está el descenso de la participación no solo en las elecciones, sino también en la política. Después, la debilidad que muestra el funcionamiento de los gobiernos acompañada de una disminución de la confianza en las instituciones que tiene, como «guinda», la falta de atractivo de los partidos convencionales (aquí antes eran los del «régimen del 78» o del «bipartidismo», ahora son todos). La tendencia también incluye una cada vez mayor separación entre las élites de los partidos y los electores, separación real, no la retórica que esa sigue por otros caminos ya que esas élites dicen hablar en nombre de la ciudadanía, la gente, la nación, el interés general, el pueblo y hasta el electorado. Y esa tendencia se ve agravada por la irrupción ahora desmedida de instituciones que no han sido objeto de voto y que están pobladas de expertos que no tienen que rendir cuentas a nadie más allá de su campo y, a veces, ni ahí (en economía se dan casos muy curiosos a este respecto; y en lo jucidial). Para acabar, una reducción en la libertad de expresión.

Hasta ahí el informe al que yo añadiría la política del tuit no solo por el predominio de ocurrencias y retórica, sino también por la impresión engañosa de estar participando que produce.

«Dime de qué presumes y te diré de qué careces» podría ser el tuit a propósito de este interés selectivo por la democracia de los demás. Basta escuchar a Maduro para constatar que es el Congreso español el que no funciona como debería mientras que las instituciones políticas venezolanas gozan de buena salud democrática. Recurrir a «son de los míos» o «son de los contrarios» para dirimir entre unos y otros no parece que sea el mejor medio de mejorar la situación de la democracia a escala mundial.

Porque lo que late en el fondo, y preocupa a los demócratas, es el auge de respuestas autoritarias dentro de sistemas clasificados como «democracias plenas» o «defectuosas». Mejor no reducir el problema a Bolsonaro, Trump, Orban o Salvini y sus avatares. Es que, en efecto, y más allá de estas cuantificaciones algo complicadas, hay una epidemia mundial antidemocrática.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats