Recuerdo haber escrito hace años un cuento sobre un país en el que, misteriosamente, empezaban a nacer bebés sin sombra, lo que provocaba entre las autoridades una alarma tal que el Estado decidía nacionalizar las de los que venían al mundo con ellas a fin de trocearlas de manera que a cada habitante le tocara al menos un cuarto, o media. El relato incluía muchas variantes que ahora no me vienen a la memoria, aunque sí creo recordar que las sombras simbolizaban la riqueza de aquel reino. Entre nosotros nace mucha gente pobre y mucha gente rica. Pero no estamos preocupados por el reparto de la riqueza, que va constituir, lo que queramos o no, uno de los grandes debates de los años próximos. Los países más avanzados ya llevan tiempo dándole vueltas al asunto de la renta básica universal, pues en el mundo que viene no habrá trabajo para todos, aunque sí riqueza para todos. Tal es la cuestión que debería ocupar los primeros lugares de la agenda política de nuestros líderes. El reparto de la riqueza no es un tema: es el «tema», igual que el reparto de las sombras era, en mi cuento, el núcleo del resto de la peripecia narrativa.

Como son frecuentes los saltos de la ficción a la realidad, resulta que esta mañana lluviosa de noviembre me encontraba leyendo el periódico sin meterme con nadie cuando tropecé con este titular: Bebés nacidos sin brazos, el misterio que turba a Francia. Y en efecto, una vez dentro de la noticia me enteré con horror de que en el país vecino, sin nada que de momento lo justifique, está naciendo un número inusual de niños y niñas a los que les faltan las manos. De momento, ningún especialista se atreve a señalar una causa. Se habla de problemas ambientales, de la alimentación, de los medicamentos, pero nadie se arriesga a señalar el origen de esta anomalía que recibe el nombre de agenesia. Podría ser el principio de un cuento, incluso de un cuento infantil, y no de los más crueles. Si el número de los que nacen sin manos creciera, ¿se atreverían las autoridades a nacionalizarlas para que todos los franceses dispusieran al menos de una?

Cuando a la realidad le da por crear metáforas, no se anda por las ramas.