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Matías Vallés

La bandera de Dani Mateo no suena

Carnaby Street era el lugar idóneo para comprar rollos de papel higiénico con la Union Jack impresa. O calzoncillos con el mismo estampado patriótico. Ninguna ubicación les parece inapropiada a los ingleses para su bandera, qué otra cosa cabría esperar de un país degenerado. Cuando Dani Mateo se sonó con la enseña española en un escenario televisivo, que no un cuartel, estaba cometiendo un crimen imperdonable en un humorista. La falta de originalidad. Su propuesta no fue demasiado escandalosa, sino demasiado fácil. Los agraviados no son los horrorizados, sino los aburridos por su gag.

A partir de aquí se desata la sobreactuación de costumbre. Exijo que se difunda la lista de empresas que han retirado su publicidad de El intermedio, para dejar de comprar sus productos por obstaculizar la libertad de expresión. Reivindico mi derecho a ser escandalizado y sobresaltado, la única garantía de sentirse vivo en el mundo profiláctico. No son cavilaciones de un ateo antipatriota. Los fundamentalistas dylanianos agradecemos las blasfemias contra nuestro Dios, el maldito Dylan a quien reprochamos cotidianamente sus peores canciones. La herejía refuerza nuestra fe.

La bandera de Dani Mateo no suena. El humorista debilita su derecho a la transgresión, porque no ha enjugado ni enjuagado los mocos en su auténtica bandera, que debe ser un trapo donde sobresalga el logotipo de La Sexta. La auténtica provocación de alto riesgo consiste en sonarse con su canal. ¿Imposible? David Letterman, sin duda el humorista más importante del cambio de siglo, no desperdiciaba la oportunidad de mofarse en antena de los directivos de cadenas como la CBS, que le pagaban millones de dólares. A menudo los retaba en pantalla a puñetazos. España, Dios, no son precisamente valores bursátiles al alza. Ahora bien, Dani Mateo pisoteando el emblema de La Sexta, eso es espectáculo.

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