Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

¡Joé, qué cansinos se han puesto con lo de prohibir!

Tengo un amigo anacoreta. No se confundan: no pertenece a una secta rara ni es adicto a drogas de diseño. Ahora que lo pienso, a lo mejor a Rafa le gusta más el término eremita, que define a quien vive solo en lugar apartado, dedicado por entero a la contemplación, la oración y la penitencia. Como San Simeón «El Estilita» que pasó más de cuarenta años en lo alto de una columna en el desierto de Siria, con lo incómodo que debe ser y el sol que pega. Cantidad de pecados hay que hacerse perdonar para llegar a tales extremos.

No creo que la motivación de mi amigo sea la penitencia, aunque bien sabe dios que hay culpas que no se lavan ni con el mar. Sin indagar en sus causas, que pertenecen a la privacidad más privada, les contaré -y no creo revelar ningún secreto- que en un momento dado se hartó de la civilización, de sus pompas y sus obras, y optó por autoexcluirse del día a día. Así vive con sus perros y defiende celosamente los límites de su finca, de forma que nadie le pueda prohibir nada en su propio territorio. Como un Puigdemont cualquiera, exiliado en Bélgica, pero sin palacete de Waterloo ni videomítines.

Lo curioso es que cuanto más te autoexilias menos echas de menos a una civilización en la que todo o casi todo está prohibido y lo que no, o engorda o es peligroso o es pecado. Partiendo del ser natural de Rousseau, ese que era puro, pero fue corrompido por la naturaleza, hemos llegado a un mundo en el que hay más cosas prohibidas que permitidas. Imagino yo que las primeras prohibiciones en tiempos de las cavernas tendrían que ver con asuntos tales como no montárselo con la mujer del prójimo.

Se conoce que después de algunos percances (vean si no lo que le ha pasado al futbolista brasileño y han pasado por lo menos 200.000 años desde el Homo Erectus) se decidió por consenso que debía prohibirse de oficio, antes de que la cosa llegara al despelote y nunca mejor dicho. Las posibles alternativas tampoco fueron muy bien vistas: cuando era pequeño los curas nos decían que si te lo montabas contigo mismo te quedarías ciego. En realidad, no lo prohibían, pero vaya futuro que te planteaban?

Es verdad que hay prohibiciones que te protegen de ti mismo, como evitar que conduzcas como Alonso por la autopista, imposibilitar que te compres un arma y te pongas a pegar tiros en las escuelas o impedir que te hagas el sueco y no repartas con Hacienda tu pastizal. Como buen ácrata estoy a favor de prohibir prohibir y yo ya me autogestiono, si eso, pero si hay que acotar algunos asuntos, los arriba mencionados me parecen razonables, aunque preferiría que no usurparan mi libre albedrío.

Luego existen prohibiciones estúpidas del tipo del «Prohibido asomarse al exterior» que figuraba en las ventanillas de los trenes franquistas o tratar de que el niño deje de una vez de joder con la pelota, cuando en su naturaleza todo le arrastra a joder al personal, sea con pelota o viendo a Bob Esponja. O prohibirte fumar, que ya sé que hace daño, pero entra dentro de la capacidad humana de autolesionarse sin que nadie pueda decir ni mu.

Como imponerte una dieta bajo el argumento peregrino de que tienes alto el colesterol o impedirte robar excepto si eres político, que entonces está bien visto. Y mi madre me prohibía el baño hasta tres horas después de la comida para que no me diera un corte de digestión y ahí que nos tenías a todos los infantes preguntando cada cinco minutos si ya era hora, hasta que se hartaban y te decían que vale, pero «como te ahogues, te mato».

Tanta regulación de la vida es un coñazo y por si fueran pocos los estrechos márgenes en los que se mueven los homínidos, si vives de vez en cuando en Madrid tienes encima de tu chepa a Carmena, la diosa anticoches. Ahora va a cerrar el tráfico al centro, con lo que ir al teatro o a la ópera se ha puesto chungo, porque tienes que montarte en metro y, francamente, canta un poco vestir de pajarita en el metro, queda asín que raro.

Afortunadamente, habrá otras opciones más ecológicas, por ejemplo, el patinete eléctrico y es de suponer que el Ayuntamiento de la villa y corte debería poner los medios para favorecer su uso. Pues no señor, todo son restricciones, avisos de multas y disgustos, tanto para los que son respetuosos con los viandantes como los que corren que se las pelan asustando a las ancianitas. Sin nada que prohibir, los políticos no se divierten y no hacen sentir a los ciudadanos su auténtico poder. Volveré a hablar sobre los patinetes cualquier día de estos, que el temita se las trae.

A mí ahora me han prohibido comer angulas. Bueno, en realidad no me lo han prohibido, pero a esos precios? Como esto tiene pinta no sólo de no cambiar, sino de amplificarse, me seduce la idea de convertirme en anacoreta adjunto, siempre que se pueda vestir ropa de diseño y la conexión de internet sea de banda ancha. Bueno, y que lleguen al sitio los mensajeros repartiendo paquetes de Amazon, o de otros infiernos semejantes de la Red, que si no?

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats