En los 530 años de dominio musulmán de la ciudad de Alicante, o Alacant, en los siglos VIII a XIII d.C., llamándose entonces «Medina Laquant» o «Al-laqant», ya se habló de la existencia de una fortaleza en la cúspide de su monte Benacantil (Bena, indicando «peña», y laquanti, indicando el nombre del lugar para los árabes, «Peña de Alicante»), de unos 160 metros de cota, y situado junto al mar dominando la ciudad, su puerto y su playa. Antes de aquellos, los romanos, que fueron los dueños de ese sitio («Lucentum» para ellos) desde el año 201 a.C. al 718 d.C., ya llamaba a su monte «Castrum Album» (fortaleza blanca); y antes de estos, el caudillo cartaginés Amilcar Barca (247 a.C ? 183 a.C.) situó allí su principal acuartelamiento durante la 2ª guerra púnica del 218 a.C. al 201 a.C. cuando estas tierras eran las del pueblo Íbero, los cuales las llamaban «Leukante», estando ocupadas con anterioridad por factorías comerciales griegas.

A raíz del acuerdo adoptado en el Tratado de Cazorla (Soria, 1179) entre los cuñados, Alfonso II el Casto (1157-1196), rey de Aragón y conde de Barcelona, hijo de Ramón Berenguer IV, y Alfonso VIII el Noble (1155-1214), rey de Castilla, hijo de Sancho III, fijando el límite sur del reino de Aragón en una línea entre Jijona y Calpe, los territorios de Alicante quedaron bajo la influencia castellana. En el Tratado de Alcaraz (1243), el emir de Murcia, Muhamad ben Hud, de quien dependía entonces Alicante, acordó con el Infante don Alfonso (futuro rey Alfonso X el Sabio, de Castilla -1221/1284-), representando a su padre, Fernando III el Santo (1199-1252), rey unificador de los reinos de Castilla y León, que aquellos territorios quedarían bajo la protección castellana. A raíz de ello, los cristianos procedieron a repoblarlos paulatinamente, pero ante la resistencia del gobernador musulmán de la región y de parte de su población a abandonarla, se procedió por el infante don Alfonso a conquistarla militarmente, finalizándola el día 4 de diciembre del 1248. Este infante fue quien otorgó el nombre de Santa Bárbara al castillo del monte Benacantil, en honor de la santa cuya festividad se celebraba ese día.

Santa Bárbara, o Bárbara de Nicodemia (actual ciudad turca de Izmit), hija de Dioscoro, déspota gobernador romano de la región, vivió en el siglo III d.C.. Su padre la encerró en una torre como castigo por no querer ella casarse con el marido que su padre le había designado, y también para evitar su proselitismo cristiano. Acogió la fe cristiana bautizándose, siendo torturada por su padre, llegando éste a decapitarla personalmente, al no querer abjurar de sus creencias religiosas; en ese momento, dice la leyenda, un rayo mató a Dioscoro. Las reliquias de Santa Bárbara actualmente reposan en la iglesia de San Martín, en la isla de Burano (laguna de Venecia -Italia-). Es la patrona de los profesionales que manejan explosivos, se supone que, debido a la intervención del rayo destructor en el relato de su martirio, y del trueno que lo acompañó, y especialmente de los militares artilleros (de muchos países del mundo), bomberos, mineros, pirotécnicos, fundidores, arquitectos, constructores, electricistas, canteros y prisioneros. Fue una santa cristiana (es decir, para católicos, protestantes y ortodoxos) muy popular en la Edad Media, y lo sigue siendo en la actualidad en muchos lugares, por ejemplo, entre los árabes cristianos de Siria, Líbano, Jordania y Palestina. La artillería española tiene documentado su patronazgo desde el año 1522, aunque la primera mención que se hace al mismo es en el año 1500 por parte de fray Sebastián Coll, de la Cofradía de Santa Bárbara de los Artilleros. El patronazgo de la artillería francesa se remonta a un documento de 1431. El Himno de Santa Bárbara, en el Arma de Artillería española, data de 1877. Cabe señalar que históricamente se sitúa en el siglo XIII como el de origen de la artillería como tal, al comenzarse el uso de armas pesadas utilizando pólvora para impulsar los proyectiles mediante cañones.

El Castillo de Santa Bárbara de Alicante, pues, es una edificación militar que a partir del siglo XIII ha sufrido importantes actuaciones. Cuarenta y ocho años después de su conquista castellana, fue conquistado a su vez por las tropas aragonesas de Jaime II, el cual ordenó su demolición. A mitad del siglo XIV, Pedro IV de Aragón, el ceremonioso (1319-1387), hijo de Alfonso IV de Aragón y a quien sucedió el año 1336, ordenó rectificar el recinto del Castillo. Unos doscientos años después, el rey Carlos I de España (1500-1558), hijo de Juana la Loca y de Felipe el Hermoso de Castilla, ordenó su fortificación, pero su primera gran reforma vino en el reinado del rey Felipe II de España (1527-1598), hijo de Carlos I, nombrando a su primer alcalde, Juan Coloma y Cardona. Las obras de remodelación duraron 18 años, comenzándose el 1562, bajo el proyecto de ingenieros militares, el italiano Juan Bautista Antonelli y el suizo Giacomo Paleari. El año 1691, el castillo y la ciudad, que a la sazón tenía 6.400 habitantes, sufrieron un importantísimo bombardeo naval por la escuadra francesa del rey Luis XIV, el rey sol (1638-1715), dentro de la contienda por la hegemonía continental entre el rey francés y la Liga de Augsburgo (España, Inglaterra, Holanda, Austria, Baviera, Branderburgo y Saboya).

Posteriormente, durante la guerra de Sucesión española (1701-1715), el ejército inglés ocupó el castillo en los años 1706-1709, en apoyo de la causa del archiduque Carlos de Austria, frente al otro pretendiente a la corona española, el francés Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia, y futuro rey español Felipe V. El ejército francés hizo volar gran parte del castillo para desalojar a los ingleses, objetivo que consiguió. Posteriormente, en enero/marzo de 1844, los rebeldes liberales progresistas comandados por el coronel Boné, que actuaron contra el gobierno español del general Espartero, ocuparon el castillo, convirtiéndolo en su base de operaciones. Asimismo, en el 1873, el castillo fue bombardeado por la fragata acorazada «Numancia», en poder de los rebeldes cantonalistas de Cartagena. Veinte años después, el castillo fue desartillado. En la Guerra Civil 1936-1939, se empleó para recluir prisioneros, alternativamente por los dos bandos. Ya en el año 1963, y como monumento, fue abierto al público, habiéndosele efectuado grandes obras de rehabilitación y mejoras habida cuenta su estado anterior de abandono. Entre estas figura la construcción de dos ascensores que permiten el acceso al mismo desde el nivel del mar, en la playa del Postiguet. Desde aquel año se le han practicado nuevas mejoras en los tres recintos en que está distribuido, así como en su capilla de Santa Bárbara, constituyendo actualmente un magnífico exponente de las antiguas fortificaciones militares.