Seamos sinceros, lo de las hipotecas ha sido una cagada de proporciones bíblicas. Quedaban pocas instituciones a las que pudiéramos encomendarnos como último recurso, y no es un decir, pocas instituciones que gozaran de la credibilidad suficiente como para devolvernos a la época dorada de la tierna infancia, cuando los Reyes Magos eran los Reyes Magos. Sin embargo, lo acontecido en torno a las hipotecas en estos días ha ensombrecido la labor del Tribunal Supremo, que hasta este momento era creíble. Independientemente de que disintiéramos en ocasiones de sus resoluciones, los abogados sabemos, o al menos sabíamos, que lo que resolvía el Supremo estaba bien fundamentado, jurídicamente hablando. Que podíamos confiar en que los sabios que allí se devanaban los sesos pertenecían a un Olimpo al que el resto de los mortales leguleyos jamás podríamos acceder, el de la credibilidad que se les presuponía por el mero hecho de pertenecer a ese selecto club de los más doctos de la magistratura. Sin embargo, una gestión más que deficiente de este asunto tan espinoso ha hecho que los ciudadanos asistan, asistamos, con estupefacción al encuentro con la realidad: o ellos son humanos como el resto de nosotros y por tanto falibles -se equivocaron en la primera sentencia y han rectificado ahora, con lo que eso acarrea de inseguridad para nosotros, y no ya sólo jurídica- o, como segunda opción, se han vendido al patrón de todos nosotros, que no es otro que la banca. Y no uso mayúsculas porque para mí que no se las merecen. Las dos opciones son malas, pero la segunda, sin duda, peor. Bajo ninguna circunstancia deberíamos haber sido testigos de este espectáculo que puede dar lugar a que el conjunto de la Justicia, ésta sí con mayúsculas, quede en entredicho. Y ahora, la sentencia del recurso de La Manada, que está a punto de caer, puede ser otro golpe moral para nosotros. Pero, por otra parte, los jueces han de juzgar en Derecho, no para contentar a la opinión pública.

Dirán, y sí, lo sé y no pocas veces lo he experimentado y lo experimento cada día en mis propias carnes con no poco sufrimiento, untada de ungüento anti escoceduras hasta las orejas, que la Justicia no es de este mundo. Eso ya lo sabíamos, pero esperemos que el descontento de la ciudadanía no nos lleve a soluciones populistas y oportunistas como la de Pedro Sánchez con esa legislación en caliente tras la sentencia.