La verdad es que estamos demasiado tranquilos para lo que seguimos teniendo encima. Nos dicen que hemos salido de una crisis galopante que nos tenía amedrentados, pero para profanos como yo de la macroeconomía los indicadores no son nada halagüeños. Contamos con más de tres millones y medio de parados y, aunque parezca mentira, estamos en el puesto trece de la economía mundial según nuestro PIB, pero cada español debe, no me pregunten a quién, la friolera de 24.527 euros.

Si vamos añadiendo ingredientes a nuestro estado de tranquilidad, podemos continuar con la situación de la política nacional, las locales mejor ni tocarlas. El partido más votado está en la oposición y la liga de micro partidos en falsa coalición, se van intercambiando cromos para mantener un poder, que aunque legítimo, es bastante esperpéntico. Hacer política de esta forma es una tomadura de pelo más que hemos de soportar estoicamente porque es lo políticamente correcto.

No podemos dejar a un lado los entresijos de una justicia en constante entredicho, tanto desde dentro como desde fuera de nuestras fronteras. El Tribunal de Estrasburgo la pone de perfil a la primera de cambio, la justicia alemana juzga a la española y la toma por el pito de un sereno y no hablemos de la belga, que le tira misiles a la línea de flotación sin despeinarse. Y, para colmo, el Tribunal Supremo titubea con cuestiones fundamentales para millones de españoles y remata la faena dictaminando que paguen los impuestos hipotecarios los cutres de siempre, es decir, los ciudadanos.

Pero no todo son desgracias económicas o jurídicas, se pueden añadir otras cuestiones que no son menores y que machaconamente nos recuerdan los medios de comunicación para alegrarnos la existencia. Tenemos dos ejemplos estelares, los problemas con la migración a los que ni España ni Europa son capaces de dar una solución con un mínimo de coherencia humanitaria y los problemas de maltrato, que siguen en el candelero nacional con el contaje de víctimas, aportando como única salida plausible el endurecimiento de las penas, devolviendo la patata caliente a nuestra insigne justicia.

A pesar de estas «pequeñas» cuestiones, seguimos tranquilos. Somos capaces de racionalizar los problemas hasta el punto de que no nos influyan en nuestra vida diaria y podamos seguir sonriendo y mirando al cielo con esperanza. El estado de bienestar de los españoles está asegurado con deudas, una justicia mamarracha y unos conflictos sociales que no hay por dónde cogerlos. Si nota que reguila no se alarme, es lo natural en estos casos.