Lo he intentado, pero no he podido sustraerme al debate sobre la «libertad de expresión» que ha provocado el último imbécil de turno. Incluso para un librepensador, el constante recurso a la libertad de expresión como capa que tapa toda manifestación pretendidamente humorística, hace un flaco favor al propósito que busca la risa.

- ¿Qué tiene la risa?» - preguntaba Guillermo de Baskerville.

- La risa mata el miedo y sin miedo no puede haber fe, porque sin miedo al diablo ya no hay necesidad de Dios... - respondía el venerable Jorge de Burgos en aquella inolvidable escena que imaginó Umberto Eco y recreó Jean-Jacques Annaud en la versión cinematográfica de El Nombre de la Rosa (1986).

En la naturaleza del humor ácido y crítico siempre ha estado suscitar polémica e ir contra las ideas para despertar las mentes del sueño dogmático: desde el Elogio de la Locura de Erasmo (1511) hasta las viñetas de La Codorniz o Quino. Aquellos modos tradicionales de humor tenían sentido y resultaban efectivos -es decir, tenían un efecto- entre muchos sectores de la sociedad pre-digital. Sus repercusiones, aunque limitadas y reducidas a círculos sociales muy concretos, sí favorecieron la reflexión e incluso, actuaron como detonantes performativos.

Sin embargo, en una sociedad global e híper-conectada, los contextos de enunciación son radicalmente diferentes a aquellos y, por tanto, las expresiones del modo crítico del humor deben adaptarse para seguir siendo efectivas y provocar así el pensamiento. No tener en cuenta que nos comunicamos en un mundo global, seguir recurriendo a lugares comunes y viejos chistes es, además de una peligrosa muestra de inconsciencia, contraproducente. Porque hacer mofa de -en vez de con- significantes que muchas personas consideran «sagrados» no va a mermar ni su fe en dichos significantes (por ejemplo, un dios), ni tampoco va a llevarles a cuestionar la existencia real y verdadera del referente (por ejemplo, una patria). Más bien al contrario. La mofa de un significante -reproducida de manera inmediata e infinita por las redes- siempre va a provocar una respuesta que, al visibilizarse también de manera inmediata e infinita, favorece la aparición de colectivos agrupados en un eje pro- / anti- que coadyuva a reforzar y congelar los fundamentos ideológicos de dicha dicotomía. No será por tanto un humor que invite a los espectadores a la reflexión serena e individual, sino un humor que provoque el atrincheramiento de las ideas y el enconamiento colectivo de posturas enfrentadas.

En un mundo digital los humoristas críticos -o los que tengan la pretensión de serlo- tienen un gran reto: comprender que vivimos en un tiempo en el que cualquier imbécil dice cualquier imbecilidad y que esta tendrá un rápido e infinito eco que resultará imposible amortiguar. Si en algo estiman esta honrosa y necesaria profesión, los aspirantes a humorista deben esforzarse por diferenciarse de aquellos. Sin duda, esto les exige un enorme esfuerzo intelectual y de una extremada conciencia de la responsabilidad social que tienen en tanto que comunicadores

Para los que intentamos revertir -o al menos matizar- los estragos de un modo de vida que es moral y socialmente injusto, las imbecilidades que buscan amparo en la libertad de expresión para ocultar su propia naturaleza, siempre suponen un paso atrás. Porque en un mundo global, inmediato e infinito, solo la risa crítica, liberadora y responsable, puede salvarnos de alguna tragedia:

- ¿Es el enemigo? Que se ponga...