«Dícese de la persona o cosa que tiene mucho valor», según la RAE. Considero que, sin desmerecer al resto, hay una parte del término municipal oriolano que, bajo mi más que discutible/cuestionable punto de vista, merece otro trato, pero no un trato preferencial, sino uno acorde con lo que aporta a la colectividad, porque es «la joya de la corona». Sin embargo, los residentes del litoral oriolano están que trinan porque se sienten desamparados, dejados de la mano del hombre, y por eso -ahora que hemos celebrado su día- se encomiendan a «todos los santos de la corte celestial» para ver si obran el milagro, hacen que las cosas cambien y no se les caigan las casas. ¡Alguien debería coger el toro por los cuernos para que Orihuela Costa sea considerada como lo que es, uno de los principales motores económicos del municipio!

En Palacio parece que nadie se acuerda de lo que pasó en 1986 -¡eran muy jóvenes!- y, claro está, «quien no conoce su historia está condenado a repetir sus mismos errores», como dice el hispanista Paul Preston. No quiero ser agorero -¡nada más lejos de mi intención, os lo prometo por Willy Fog!-, pero mucho me temo que el ninguneo al que se somete a la costa terminará pasando factura. Está surgiendo un importante espíritu segregacionista, como sucediera con Pilar de la Horadada, que, según las crónicas y al igual que actualmente Orihuela Costa, contaba con unas «infraestructuras mínimas», tales como «alcantarillado o alumbrado público deficientes».

Los vecinos de la costa oriolana vienen reivindicando, entre otras cosas, un Centro de Emergencias, aunque éste depende del Consell, que lo dejó en una mera declaración de intenciones. Piden un «ecoparque, un centro multicultural-auditorio y una biblioteca». Además, denuncian que se han dejado perder subvenciones, «demostrando una nula voluntad hacia la costa». No me sorprende lo de las subvenciones perdidas y me viene a la cabeza el tan traído y llevado Palacio de Rubalcaba, para el que -dicen- se dejaron perder 600.000 «napos» con los que empezar su rehabilitación, aunque ahora han desempolvado el asunto. ¡Y un cementerio donde enterrar a sus muertos! Los «costeros» consideran que sus impuestos no tienen repercusión alguna para afrontar sus necesidades. Aseguran que aportan un sesenta por ciento al presupuesto municipal «y repercute una mínima parte».

En Orihuela Costa hay censadas unas 30.000 personas, aunque residen sobre las 80.000. En verano la población se multiplica por cuatro o cinco. ¡Y ni por esas! En la Esquina del Pavo, la concejalía de Hacienda -que dirige Sabina Goretti Galindo Benito, abogaba y con Máster en Asesoría Fiscal de Empresas- parece que desconoce que las plus valías que se generan en la costa son muy importantes para el resto municipio, el mismo que «controla» Emilio Bascuñana, a quien se le pide la dimisión por, según aseguran, «faltar a su palabra», ya que de él sólo han recibido, dicen, «mentiras, engaños y falsas promesas». ¡Santa Madonna, cómo está el parque!

Hay un refrán que asegura que «algo tendrá el agua cuando la bendicen». En Orihuela ciudad la gente se queja de la gestión -dicen que mala o nula- que está haciéndose desde Palacio, y en la costa están más mosqueados que Quasimodo en Marbella, que se come menos torraos que el titiritero de Serrat, ¡y eso que va de feria en feria! En La Murada están más cabreaos que un mandril en celo y sin posibilidad de aparearse. O sea, la política municipal no contenta ni a tirios ni a troyanos, hasta el punto de que es la primera vez que un equipo de gobierno ha puesto de acuerdo a todos los oriolanos, lo que viene a ser un milagro «tan relevante» como el de «convertir el agua en vino», que, aunque las comparaciones son odiosas, hiciera el mismísimo Jesucristo. ¡Tiene mérito!

La joya de la corona es, se quiera o no, Orihuela Costa, aunque hubo quien se empeñó en cargarse tal denominación, por intereses económicos y comerciales, ya que propuso que, desde Mil Palmeras hasta Punta Prima, pasando por Cabo Roig, La Zenia, Playa Flamenca, Villamartín o La Regia, todo se llamase Campoamor, «cargándose de un plumaso» el nombre de Orihuela. En Palacio, donde se permite que muchas empresas ubicadas en nuestra costa se promocionen/publiciten como «torrevejenses», alguien aceptó el cambio, ¡con un par de cojones!. ¿La joya de la corona?. ¡Eso se lo dirás a todos, rascachán!