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La andanada

No puedo vivir sin tuit

No hay manera. Casi con el soniquete de la canción de Coque Malla, a modo de parodia, claro. Porque ya me dirán ustedes si no ha sido un gran invento esto de Twitter (o el resto de redes sociales). Antes, para emitir un juicio de valor en público, se necesitaba cierta formación, no pocos conocimientos, un tanto de espacio en líneas, capacidad para argumentar y razonar lo expuesto, y cierto prestigio para que a uno le publicaran la opinión en cuestión. ¡Qué ruina! Ahora no, ahora nos hemos vuelto más libres, más posmodernos y más de todo y ya cualquiera, en ciento ochenta caracteres, puede sentenciar la verdad última de un misterio y hacerla pública, sin más ni más.

Estamos en la era de las sentencias. ¡Si Baltasar Gracián levantara la cabeza! Cualquier «analfabestia» capaz de unir cuatro palabras se convierte en tuitero y, a poco que el rebaño comience a compartir, hasta en «influencer». ¿Para qué queremos autoridades en la materia, firmas de prestigio o referentes en cualquier campo, existiendo y multiplicándose como setas estos nuevos iluminados de la RRSS?

Pues viene esto a colación por la vida misma, claro, y también por los asuntos taurinos del noviembre entrante. Los nuevos gurús de la red de redes están que trinan porque Alejandro Talavante se ha retirado temporalmente y los Matilla ganan dinero. Pues nada, vamos a rasgarnos las vestiduras si eso es lo que toca por moda, pero mucho me temo que no estamos sino ante un caso más de desencuentro entre un torero que quiere cobrar más de lo que le dan y un apoderado-empresario que no quiere ingresar menos. El eterno dilema artístico entre la calidad y la cotización, que en el mundo del toro es el pan nuestro de cada día. Si llenas, puedes exigir; si no, acompañas y aceptas lo que te den.

Matilla ha sido poco menos que demonizado durante los últimos días bajo la acusación de ser la mano que mece la cuna. O sea, que dinamitó el final de temporada de Talavante tras su ruptura de apoderamiento. Y Toño Matilla, que ciertamente manda mucho y habla poco, se ha despachado en un comunicado que ha revolucionado el tuitendido. En él desmiente haber urdido ningún complot contra el torero extremeño, y lanza además un argumento clarísimo: Alejandro quería cobrar como si fuera el número uno, aunque no lleva gente a la plaza como el número uno. Con él, a pesar de ello, subió su facturación desde 2015 un 44%. Las sentencias furibundas hacia el empresario salmantino siguieron salpicando las redes, aunque ya en menor tono. Y cuando después salió Simón Casas a corroborar lo dicho por su colega, revelando que Talavante pasó de cobrar 160.000 euros en San Isidro antes de Matilla a 240.000 en el último, las sentencias tuiteras sufrieron vaivenes propios de todo veredicto sin argumento razonado y se volvieron locas elucubrando qué cobrarán los que más.

Hay quien incluso ahora es capaz de afirmar que no hay un sistema que mueve los hilos de la tauromaquia. No olvidemos que ser un iluso acerca más a la felicidad que el conocimiento. La tauromaquia, señores, es en sí un sistema, porque de lo contrario no funcionaría. Y lo lleva haciendo secularmente. Otra cosa es que ese sistema sea inamovible. Eso no. Matilla, como parte de él, sabe sobre todo de números. Si está donde está es porque quizá sea el más listo de la clase. O el más currante. Un comunicado elegante, sin cifras pero claro, al que Simón Casas puso epílogo y números para denunciar que la estructura económica taurina es insostenible, culpando directamente a los pliegos de las administraciones dueñas de las plazas. Se le olvidó al productor francés, el «antisistema», recordar que, para reventador de pliegos, él sirve de máximo ejemplo, con ofertas ganadoras temerarias. En Alicante lo vivimos cuando vino por primera vez (hoy ya disfruta de un pliego para amigos), y en Madrid lo volvió a hacer en la última adjudicación. Nadie es bueno o malo de por sí, ni ángel ni demonio. Hay que matizar, contrastar, acudir a la historia. Pero claro, todo eso no cabe en un tuit que nos haga famosos por un día... e ignorantes para los restos.

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