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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

¿Qué puerto de Alicante queremos?

Un presidente del Puerto me dijo hace muchos años, en una sobremesa, que estaba hasta más allá de la coronilla (no lo expresó así exactamente) de que por principio la ciudad se opusiera a todo lo que proponía para desarrollar industrialmente sus instalaciones. Poco tiempo después desvarió definitivamente, presuponiendo que tenía autonomía con respecto a los munícipes y la ciudadanía de Alicante, lo que le hizo entrar en barrena en sus relaciones con los que mandaban. No quiero cerrar el episodio sin añadir que se le fue definitivamente la olla cuando con nocturnidad, alevosía y más pena que gloria se cargó el edificio colonial de la Comandancia de Marina, que los más viejos del lugar recordarán. A mí me gustaba, qué quieren que les diga, aunque es verdad que estaba construido con dos euros de cemento, unas cañicas y una inmensa cantidad de arena y se desmoronaba como un castillo playero.

Errando en las formas, el susodicho tenía razón en el fondo. Eones después seguimos preguntándonos qué tipo de Puerto queremos en Alicante y nadie da con la tecla. Y eso que el Puerto fue antes que la ciudad y la tradición portuaria de Alicante viene de la antigüedad más clásica. Como estas actitudes no surgen de la noche a la mañana, me estoy imaginando que los habitantes de la época pondrían el grito en el cielo y clamarían a Baal -dios fenicio- cuando a alguien se le ocurrió montar un almacén para exportar aceite de oliva, alegando que podía arder y prender fuego a las casuchas de madera de alrededor.

En el último medio siglo se ha hablado hasta la náusea de que no se quiere esto o lo otro, de que los vecinos y la proyección turística y los humos y los polvos. Por otra parte, se dice también que si la industria, que si los beneficios, que si nos roban los tráficos, que si nuestros industriales prefieren cargar fuera de la provincia y no promocionan adecuadamente nuestras cosas y qué falta de devoción a los intereses provinciales.

Evidentemente hay puertos en el Mediterráneo mucho más preparados para servir de base a las autopistas del mar, que es lo que se lleva ahora, que el nuestro. Competir con València o Barcelona o Cartagena es cómo querer ganar al Barça -con Messi, sin él ya veríamos- con un equipo de cincuentones adictos al colesterol. Con todo y con eso el Puerto de Alicante sigue siendo una de las industrias más potentes de la capital por producción y número de trabajadores. Casi la única, por otra parte.

Hacer coincidir los intereses de una industria con los de la población en un puerto tan urbano como el de Alicante es casi imposible. Si yo viviera enfrente del Puerto querría ver el paisaje idílico de la lámina de agua con veleros, ni siquiera barcos a motor, mientras que si fuera empresa necesitaría que mi balance cuadrase y cuantos más tráficos generara, fueran de lo que fueran, mejor.

¿Cerramos entonces el Puerto de Alicante? ¿Prescindimos de los miles de trabajadores que cobran sus nóminas directa o indirectamente del Puerto? ¿Plantamos industrias peligrosas o contaminantes bajo la premisa de que «el negosi es el negosi»? Históricamente Alicante ha rechazado el puerto como industria y hay multitud de ejemplos que lo demuestran, los últimos que recuerde unos depósitos de vino, la Campsa, la fábrica de biodiésel, un barco-tienda o los silos de cemento. Hasta fue muy cuestionado en su momento el ferry que unía Alicante con Orán, cuando servía de puente comercial con Argelia, porque llenaba la ciudad de magrebíes?

Concuerda poco esa actitud tan cerrada con la necesidad de desarrollo del Puerto. Están muy bien los cruceros y la Volvo y el aparcamiento de barcos y también es verdad que los restaurantes, cafeterías, parkings y tal deben dejar una pastita en las arcas portuarias, pero hay una zona industrial -la ampliación hacia Aguamarga- que hace agua por todos los costados. Eso sin hablar de que la auténtica razón de ser de un puerto: traer y llevar mercancías a través del transporte marítimo, va como va y no es demasiado bien por la competencia de instalaciones relativamente cercanas que dan muchas más facilidades y -me temo- mejores tarifas.

La provincia tiene un grupo de cargadores que transporta por mar sus productos. Por citar dos de los auténticamente gordos: Levantina y Tempe. Pues bien, ellos y otros más, muy potentes, se pasan la vida comentando a quien corresponde que, por cercanía y por solidaridad, querrían encontrar facilidades para cargar desde Alicante y no tener que recurrir a València. Es notorio que esta postura encuentra poco eco o, mejor dicho, no reciben ni una mala palabra ni una buena acción.

Ya sé que son necesidades diferentes las de fabricantes de la provincia que quieren únicamente meter en un barco sus mercancías, de los que quieren instalarse en el Puerto para ganar tiempo y no tener que ir de acá para allá con camiones. Tiene sentido querer instalarse en el Puerto cuando la comunicación por carretera del recinto portuario no es para tirar cohetes y la prevista vía férrea del Corredor Mediterráneo nos salta, favoreciendo -qué casualidad- a València y Cartagena.

Por unas cosas o por otras, el Puerto de Alicante no rula. A lo mejor es que no hay necesidad de ningún desarrollo del Puerto y con lo que tenemos nos basta y nos sobra. O que hace falta que la ciudad decida qué quiere ser cuando sea mayor.

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