Dentro de los locales dedicados al teatro en la ciudad de Orihuela, mantenemos un buen recuerdo de nuestra infancia y juventud del Oratorio Festivo y el Círculo Católico. Sobre este último vamos a poner nuestra mirada y rememorar algunos de los momentos vividos al amparo de la Cofradía Ecce-Homo que presidía el inolvidable Pepe Rodríguez. El cual organizaba, dirigía y actuaba, y que con las recaudaciones de las representaciones que allí se llevaban a cabo se sufragaron gran parte de los gastos que supuso el enriquecimiento de los efectos procesionales de dicha Cofradía. Así como, la incorporación del paso de «La Sentencia» de Víctor de los Ríos, escultor que llegó a Orihuela de la mano del entonces obispo de León Luis Almarcha Hernández.

El Salón Teatro del Círculo Católico o de la Casa Social Católica tenía un aforo de 160 localidades, más un balconcillo a modo de palco, en el que en muchas representaciones veíamos a los canónigos Jesús Imaz, Modesto Díez Zudaire, Monserrate Abad y Vicente Antón.

Por lo general se llevaba a cabo la puesta en escena de sainetes y espectáculos de variedades en los que, entre otros intervenían los caricatos Jusepe, Muay y Tañi. Así como, en los días navideños se escenificaba «Los pastores de Belén», y zarzuelas durante algunos meses del año, en los que los actores eran aficionados de lo mejor que existía por la zona.

He de reconocer que, en gran parte, mi afición a la música y, sobre todo a la zarzuela, me vino de la mano del Círculo Católico. En el que en más de una ocasión fui espectador del sainete lírico en dos actos «La del manojo de rosas» del maestro Pablo Sorozábal, con aquel dúo-pasodoble entre de Joaquín y Ascensión, que se iniciaba: «Hace tiempo que vengo al taller y no sé a qué vengo», siendo interpretados por el barítono Pepín Abad y la tiple ligera Lolita Arques. Era una sencilla puesta en escena que, al cabo de muchos años, pude presenciar en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, con una escenografía que me asombró, ya que en el escenario aparecía un edificio de dos plantas y desde las butacas el público podía observar la vida de los inquilinos de las viviendas, mientras circulaba por la calle algún coche antiguo y bicicletas. Sinceramente, añoraba mi zarzuela del Círculo Católico y sentía el esfuerzo de todo lo que entonces debía de costar presentarla ante el espectador oriolano.

Pienso que los organizadores tenían que hacer juegos malabares para montar los espectáculos con la máxima dignidad, máxime si tenemos en cuenta que, concretamente en la representación que se llevó a cabo el 18 de diciembre de 1960, los precios de las entradas fueron de 5, 8 y 10 pesetas. Los decorados generalmente estaban realizados por Claudio Sarabia y en algunas ocasiones el vestuario se alquilaba en la Casa Muntaner. A veces, la orquesta quedaba reducida a un solo piano que estaba a cargo del maestro concertador Alfredo Benavent. En otras, éste era acompañado por Alfonso Soriano y «Pinica» con sus violines, y los hermanos Arroniz con instrumentos de viento.

Fueron años de disfrutar y de aficionarse, a mi opinión, al mal llamado «género chico», en el que, entre otras disfruté de «La Reina Mora» del maestro Serrano con Lolita Arques interpretando a «El niño de los pájaros» con aquel «pajarillos vendo yo», o con «La Alsaciana» con Manuel Escamilla, P epa Grau y Gabriel Marcos con su flamante uniforme de mariscal.

En muchas ocasiones, tras la representación de la zarzuela se ofrecía un fin de fiestas, en el cual los principales intérpretes daban cuenta de su arte con romanzas de otras obras, o bien de otros estilos como, en el año 1944, que después de «La Dolorosa», actuó Marina Álvarez «cultivadora del arte calé».

Con todo ello, además de fomentar el arte y la confraternidad entre todos los que intervenían, se lograban fondos económicos para hacer frente a los gastos para la mejora de los efectos procesionales de la Cofradía Ecce-Homo.