La realidad tiene infinitos planos desde los cuales se la puede contemplar. Y aunque a veces se impone una visión fija, un plano corto y sostenido, bien sea por imperativos de la agenda, por la novedad o vaya usted a saber por qué, desplazarse por otros posibles planos ayuda a entender las cosas.

Así por ejemplo, la estridente aparición en escena de Pablo Casado, un líder aparentemente fuerte, derecha-derecha, el hombre que va a acorralar a Pedro Sánchez, etc. dibuja un plano de la realidad que contrasta con ese otro plano de visión según el cual Pablo Casado es, para el Gobierno, un regalo caído del cielo, el personaje soñado para estar en la oposición: Él solito va a conseguir no sólo que el Gobierno siga fortaleciéndose sino algo aún más insólito: jibarizar su propio espacio. Por eso, creo, el Gobierno no se ensaña con él por el escándalo De Cospedal/ Villarejo (que ese sí es un escándalo, vaya si lo es) o por su portentosa capacidad para obtener licenciaturas, maestrías y otros logros académicos sin gran esfuerzo, en tiempo record. Al contrario, el Gobierno le va a cuidar, casi a mimar en el plano personal.

En España las cosas pasan a menudo por un plano diferente al del resto del mundo. Mientras en el mundo se suceden éxitos políticos de personajes raros, turbios, como Bolsonaro, personajes de derecha extrema que consiguen arrastrar a millones de personas a base de prometer mano dura frente al desorden (el desorden que origina la injusticia, la pobreza y la exclusión) o contra los inmigrantes, a los cuales Donald Trump llama asesinos y mala gente, aquí en España la derecha de Casado se hace extrema en el plano fantasmal, es decir, persiguiendo al fantasma de Puigdemont, otro personaje de la derecha que se pasó de listo, desviando el malestar causado por la crisis (a la que su partido contribuyó de manera efectiva) al independentismo nacional/identitario y supremacista. Pero como el ultranacionalismo genera ultranacionalismo, y no ayuda a solucionar los conflictos, en el plano de la realidad electoral el partido de Casado desaparece poco a poco de Cataluña mientras que Pedro Sánchez e Iceta suben y el independentismo cede, para general alivio.

Si Pablo Casado quisiera hacer de Trump o de Bolsonaro o alinearse con otros populismos de derechas que empiezan a abundar en Europa, no habría tomado, en el plano económico, una actitud meramente obstruccionista, sin la más mínima alternativa, a los presupuestos generales del Estado que presenta Pedro Sánchez. Habría abrazado decididamente el nuevo mantra del populismo de derechas (algo que seduce a algunos populismos de izquierdas) que consiste en el «nacionalismo económico», en alzar fronteras y fijar al enemigo exterior, sea un país competidor, el migrante, etc. Pero ay! Casado sabe que, por el momento, eso no gusta ni al IBEX ni le va bien a la economía española, así que se limita a ejercer un descarado obstruccionismo y jugar la carta aznarista, una carta perdedora.

Mientras tanto, en el plano político, los vacíos que Pablo deja a su alrededor son rápidamente ocupados por sus inmediatos competidores en el espacio de la derecha: por Vox, que levanta la cabeza y por Ciudadanos que se da cuenta de que abandonar el centro, que es donde se juega el grueso de las elecciones, es un mal negocio. Así que Casado va a conseguir lo nunca visto: destruir lo que antaño fue un partido abarcador de todo el espacio que va desde la derecha extrema hasta el centro.

Como decía, Pablo Casado en un regalo para el Gobierno en el corto plazo, mientras que Pedro Sánchez tenga que llevar adelante, en circunstancias extremadamente difíciles, un programa de progreso social, estabilidad y regeneración democrática. Pero a largo a medio y largo plazo, al país le interesa una oposición realista y responsable.