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Daniel Capó

La democracia Big Data

La tecnología ha introducido elementos inquietantes para la libertad. Desde la perspectiva económica, lo hace en nombre de la competitividad y la eficiencia productiva. Desde la perspectiva política, en cambio, lo hace en nombre de la moral, como una variante acelerada del puritanismo: en este caso, a través de una excesiva transparencia. Los Big data acumulan información sobre nosotros gracias a Internet, los teléfonos móviles, las tarjetas de crédito, las cámaras que nos graban en las calles o los supermercados. Hay seguros que ofrecen ya aplicaciones para evaluar nuestro estilo de conducción y ajustar sus precios a nuestra habilidad al volante. Cabe pensar que esta práctica se extenderá a otros muchos hábitos de vida: ¿qué comes, qué bebes, cuánto deporte realizas semanalmente?, ¿qué nos indica el smartwatch sobre tu frecuencia cardíaca, tu presión arterial o tus horas de sueño? Pensemos en el valor que tiene para un seguro de salud conocer tu perfil genético. Otras aplicaciones informáticas buscan rastrear tu concentración ante la pantalla del ordenador -a través del movimiento de los ojos- para así poder valorar tu productividad laboral.

Los Estados no son ajenos a esta información. El poder anhela el control, no sólo de la sociedad, sino también del ciudadano particular. Un ejemplo especialmente inquietante es el que se desarrolla en China bajo el nombre de "Sistema de Crédito Social", que espera funcionar completamente en 2020. A partir de la interconexión de distintas bases de datos, a cada persona se le asigna una puntuación que señala cuál es el crédito que merece para la sociedad.

¿Qué páginas visita en Internet? ¿Cuántas multas de tráfico acumula? ¿Qué bebidas consume? ¿Paga sus créditos puntualmente? Las cámaras, mediante la tecnología de reconocimiento facial, permiten saber si cruza los pasos de cebra con el semáforo en rojo o si fuma en un lugar cerrado como un restaurante o un tren. El objetivo del gobierno chino es, en palabras suyas, impulsar una "cultura de la sinceridad"; pero el resultado es el control del ciudadano y la supresión de libertades. La asignación de un bajo crédito personal impide viajar en avión o en tren de alta velocidad, o excluye que los hijos puedan acceder a colegios de elite. Al mismo tiempo, descarta, como una mancha negra, la posibilidad de conseguir determinados trabajos o préstamos, o de contratar determinados seguros. Por el contrario, una alta puntuación social eleva la empleabilidad a todos los niveles y permite endeudarse a mejores tipos.

China puede ser pionera de un programa que se vaya universalizando, ya sea por vía pública -control estatal- o privada. Seguramente, como una mezcla de ambas. La transparencia extrema nos convierte en un amasijo de errores, de culpas, de decisiones mal tomadas -también de aciertos, por supuesto-, que se traducen en una cifra. Si no necesitamos entender a nadie ni explicar al hombre, el criterio numérico indicará cuál es nuestra fiabilidad. Incluso a la hora de votar. Al ser valorados como máquinas, los rasgos propios de la persona decaen y se pierden. De este modo, los Estados mutan en el sentido de las viejas distopías pronosticadas por Orwell o Huxley. Y debemos preguntarnos si una democracia puede ser compatible con la desnudez absoluta de sus ciudadanos: la peligrosa utopía de la perfección que se enfrenta al necesario respeto hacia la imperfección humana.

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