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Puertas al campo

Votando que es gerundio

Ya sé que usted es de los que no necesitan consejos ya que sabe equivocarse solo, sin necesidad de que le ayuden. A mí me pasa algo parecido, así que lo que sigue no es una sarta de consejos ni, mucho menos, esas frases llenas de «se debe», «debemos», «hay que» con las que ocultamos nuestra incapacidad de influir realmente sobre las circunstancias políticas que nos tocan vivir. Proclamar cómo deberían ser las cosas, es gratis si no se tiene poder para influir en ellas. Una de esas formas de influir es votando, por lo menos en las democracias, porque en las dictaduras, ni eso. Vayan, pues, algunas reflexiones sobre este asunto ya que elecciones vamos a tener varias en un futuro no muy lejano empezando en diciembre.

La forma más sencilla de votar consiste en hacerlo por la misma opción (partido o coalición) por la que ya votamos la vez anterior. Con ello damos una ayudita a los sociólogos que se dedican a la cosa electoral y tienen que convertir «intención de voto declarado» en «voto probable», cosa que se puede aderezar con los datos sobre «recuerdo de voto». Esta constancia en el voto es, obviamente, un caso de pereza mental según sus detractores y de coherencia con los propios valores según sus defensores. Los políticos, que, en todo caso, saben del hecho, hablan a veces de «sus» votos como si fueran cosa de propiedad privada que el líder, partido o coalición apacentará amablemente hasta la victoria final.

Hay un pequeño problema respecto a esa posible coherencia personal a lo largo del tiempo y es que no queda claro con qué se es coherente. Los mensajes electorales (recuerdo al lector que estamos ya varios meses en campaña electoral, aunque no oficial) son suficientemente ambiguos como para entretener a quien quiera ser entretenido, son suficientemente un brindis al sol como para suponer que, en el caso de conseguir el poder sin coalición, no se pondrá en práctica y tienen demasiados elementos demagógicos como para tomarlos en serio, visto cómo pueden cambiar en poco tiempo el sentido de tales mensajes. Digamos que esta primera forma acerca mucho el comportamiento del votante al comportamiento del hincha de un equipo de fútbol del que se es seguidor haga lo que haga, gane, pierda, cambie o mantenga al entrenador y sea cual sea el comportamiento privado de los jugadores. Nada que objetar y menos si se trata del comportamiento mayoritario.

Hay, cierto, un comportamiento racional igualmente observable. Racional en el sentido de que se ve el voto como un medio para lograr un fin. El problema, en este caso, es saber cuál es el fin. Por ejemplo, bien común o bien propio, a veces identificándolos. Pero también castigo o venganza por lo llevado a cabo antes de las elecciones, que convierte al voto no en un voto a favor, sino en un voto en contra sin poder proclamar la alternativa que el votante preferiría y menos en sistemas de varios partidos en los que la tarta electoral se reparte, por ejemplo, entre cuatro grandes partidos y algunos pequeños para complicarlo todavía más. Porque ese es el problema del voto de castigo: que, de alguna forma, no interviene o interviene a la contra en la elección de quienes encajarían con los propios fines.

Hay una forma de resolver ese problema, de nuevo con cierta dosis de pereza mental, y es votar por quien «representa» un determinado colectivo. Fue clásico lo de «representantes de la clase obrera» frente a «la burguesía», pero de eso ya solo queda la inercia: ha cambiado hasta tal punto la estructura ocupacional, que las viejas etiquetas han quedado obsoletas. Ahora hay otros nombres.

En la oleada mundial de feminismo, cuyo comienzo se puede simbolizar en el #MeToo, parecería que el que se trate de candidato o candidata, ministro o ministra es algo determinante y casi mecánico: las mujeres votarán por mujeres y los varones? Bueno, hay un equívoco de fondo: cierto que hay varones feministas (no solo varones machistas), pero también, junto a las mujeres feministas (generalmente de clase media), están las mujeres machistas que no lo son en su retórica, sino en comportamientos observables y clasificables.

Si se quisiera resumir esta serie de complejidades a algo medianamente sencillo, se puede decir que, ya que la política tiene una buena dosis de retórica, mentiras y manipulaciones, haremos bien en pensárnosla dos veces antes de votar por motivos discutibles. Porque el resultado del voto es muy importante. «Hay que» pensarlo. «Debemos» hacerlo.

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