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¿Cuál es la Europa que queremos?

La crisis económica, sumada a las secuelas negativas de la globalización y al cada vez más irracional revuelo en torno a los inmigrantes "ilegales" han alentado de modo alarmante los populismos en nuestro continente.

Los efectos de todo ello los veremos seguramente en las elecciones al Parlamento europeo del próximo año, en la que las fuerzas iliberales, animadas por el ejemplo de Donald Trump en EEUU, se preparan para dar la batalla.

A la vista del actual estado de cosas, hay quienes creen que se puede seguir como hasta ahora, sin cambiar mínimamente el rumbo impuesto por Berlín y Bruselas.

Frente a ellos, otros consideran que lo que nos pasa es culpa de "los burócratas" de Bruselas, en la que se han delegado demasiados poderes.

Éstos, tanto en la derecha como en cierta izquierda, creen que es hora de revertir la integración europea, que ha ido demasiado lejos, y devolver a los Estados nacionales muchas de las competencias que han perdido en los últimos años.

Los partidarios de continuar por la misma senda siguen apostando por las reformas estructurales, la desregulación de la economía, el debilitamiento de los sindicatos, las privatizaciones y la competencia más descarnada.

No parecen darse cuenta, o tal vez no les importe, de que de esa forma sólo aumentará el número de ciudadanos cada vez más inseguros y preocupados de perder el status del que gozaban, que atenderán los cantos de sirenas de los demagogos de la derecha.

Demagogos que han encontrado un fácil chivo expiatorio precisamente en los inmigrantes, los más miserables entre los miserables, y que cínicamente no dudan en azuzar contra ellos a sus connacionales.

Frente a esas dos posturas antagónicas, dos políticos socialdemócratas alemanes - Udo Bullmann, jefe de ese grupo en el Parlamento, la ex candidata a la presidencia del país Gesine Schwan, y el presidente de la confederación sindical, Reiner Hoffmann, abogan por una tercera vía, que no tiene, sin embargo, nada que ver con la de Gerhard Schroeder o Tony Blair.

Los políticos y el sindicalista denuncian una "radical" falta de solidaridad tanto entre los propios Estados europeos como hacia fuera, evidenciada tanto en la forma de enfrentarse a la pobreza como en el asunto de los refugiados.

Es, denuncian, una política absolutamente miope que, al menos desde el inicio de la crisis financiera, no ha hecho nada por domar un capitalismo global cada vez más desatado.

Ahora se trata de buscar mayorías que apoyen una nueva política que fomente la seguridad y el bienestar para la mayoría y devuelva a los ciudadanos europeos la confianza en una política democrática más participativa.

Hay que acabar, dicen, con las políticas que sólo buscan debilitar al mundo sindical y a los trabajadores e impedir que siga dándose absoluta prioridad a la liberalización de los mercados, la privatización de bienes y servicios públicos y la explotación despiadada de los recursos de la naturaleza.

Critican también los tres la insistencia de su Gobierno y de Bruselas en el equilibrio presupuestario, convertido en un dogma que impide invertir más en infraestructuras, en viviendas y otros bienes sociales así como en industrias menos contaminantes que las tradicionales.

Son precisas, dicen, inversiones que cuenten con el apoyo de los sindicatos, pero que al mismo tiempo contribuyan a crear puestos de trabajo en los países mediterráneos, que tan necesitados están de ellos.

Las inversiones por las que abogan deben propiciar una "transformación ecológica" y posibilitar que los cambios que requieran las estructuras económicas se hagan de forma justa y participativa.

En cuanto al espinoso problema de los refugiados, consideran que la UE debe crear cuanto antes un "fondo de integración e inversiones" totalmente transparente y que permita su eficaz reparto entre los países de la UE no sólo por pura humanidad sino también para privarles a los populistas de pretextos para la movilización.

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