Los más asiduos lectores de esta sección quizá recuerden el artículo del día 11 de mayo de este mismo año, que tuve que redactar y enviar desde Londres, pues me encontraba en la capital británica realizando, junto con otros compañeros, inspectores de Educación de toda España, un estudio sobre el funcionamiento de la Formación en Centros de Trabajo (FCT) en Inglaterra, ligada a la Formación Profesional. Aquel viaje, además de ser muy provechoso en lo profesional, me sirvió de pretexto para hablarles de una de las figuras literarias más importantes de Inglaterra de todos los tiempos, Samuel Johnson, pero también, un poco, del estado de la Formación Profesional en España y en Elche.

En esta ocasión, remito mi artículo desde una de las ciudades más bellas y más ligadas al mundo de la educación de España, Salamanca, a la que he acudido para asistir, desde el pasado miércoles, a un encuentro nacional de inspectores que tiene el nada desdeñable lema de « La inspección de educación: propuestas para un acuerdo educativo». Ojalá las propuestas que en éste y otros encuentros venimos presentando sobre la necesidad de un gran pacto educativo tuvieran un mayor eco en algunos partidos políticos, partidos que sólo se acuerdan de la educación cuando la pueden utilizar como un arma arrojadiza contra el adversario.

Sea como fuere, paseando por Salamanca y, en especial, por su Universidad, en los escasos momentos de asueto que el apretado programa nos ha permitido, me vino a la mente que por esos mismos lugares también había hollado uno de los grandes prohombres de la historia de nuestro país: Don Miguel de Unamuno y Jugo, dado que fue rector de la Universidad de Salamanca en dos etapas de su vida. La primera, entre 1900 y 1914. La segunda, entre 1931 y 1936.

Unamuno es bien conocido por ser uno de los más destacados miembros de la conocida como generación del 98 y su producción literaria, en todos los géneros, desde la novela a la filosofía, pasando por la poesía y el teatro, es sobradamente conocida y admirada. No obstante, si hubiera que destacar algunas de sus obras, creo que no se podrían dejar de mencionar novelas como Niebla (1914) o San Manuel Bueno, mártir (1930), o ensayos como Don Quijote y Sancho (1905) o Por tierras de Portugal y España que reflejan su honda preocupación por España. Todo ello, por supuesto, sin olvidar su faceta filosófica, en la que no se pueden dejar de mencionar dos libros de sumo interés, El sentimiento trágico de la vida (1912) y La agonía del cristianismo (1925).

Con todo, si Unamuno ha pasado a formar parte del acervo cultural español es por una frase que se le atribuye, pero que jamás pronunció. El celebérrimo « Venceréis, pero no convenceréis» con el que se afirma que Don Miguel replicó al « ¡Mueran los intelectuales!» y « ¡Viva la muerte!» que regurgitó, por así decirlo, el General Millán Astray, durante la celebración del Día de la raza (12 de octubre) de 1936 en la Universidad de Salamanca, no salió de la boca del rector.

Según un artículo publicado por Mariano Peset, en el Bulletin Hispanique, titulado Unamuno, rector de Salamanca, las palabras textuales pronunciadas fueron: « Vencer no es convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión; el odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, mas no de inquisición».

Ni que decir tiene que, tras su discurso, Unamuno fue fulminantemente destituido de su cargo como rector y le fue retirada el acta de concejal que también ostentaba. Quizás por suerte para él, Miguel de Unamuno falleció el 31 de diciembre de ese mismo 1936, sin tener ocasión de vivir los peores momentos de la Guerra Civil y de la terrible posguerra que padeció España. Sin duda lo habría pasado muy mal, pues su posición intelectual le llevaba a no tomar más partido que el de la razón y se ha demostrado que en una lucha entre dos bandos, el que no se decanta por ninguno de ellos acaba granjeándose el odio de ambos.

Algo parecido ocurre en el mundo de la educación. Parece ser que sólo hay dos bandos, simplificando, como hacen los más zotes, uno progresista y otro conservador. El primero se arroga una suerte de superioridad moral, al tiempo que defiende que sólo un incremento del gasto público hará que mejore el panorama educativo. Al segundo, como némesis del primero, se le atribuye un desprecio total por la enseñanza pública y una defensa a ultranza de una moderación en el gasto. Por supuesto también estamos los profesionales, maestros, profesores e inspectores, pero nosotros, como Unamuno, al tener nuestro propio criterio, no somos escuchados.

La política tiende a ser maniquea. En tiempos de Jesucristo ya ocurría lo mismo con los fariseos y los saduceos. Ahora ocurre con algunos políticos ilicitanos que reclaman a València, o a Madrid, lo indecible, siempre y cuando, por supuesto, el signo político del Gobierno de España, o del Consell, sea diferente al suyo.

Yo no encuentro palabras para expresarlo mejor, de modo que me van a permitir usar como epítome y corolario otra magnífica cita de Unamuno: «Entre los hunos y los otros están descuartizando a España». « El pueblo español se entrega al suicidio. Pero como le retiene el instinto animal de vivir -y reproducirse- se entrega a estupidizarse, al opio o al alcohol. El goce de morir matando». «Ahora volverán Chateaubriand y De Maistre ... Reaparece el Ángel Exterminador».