Cuando hablamos de la familia política, esa que nos cae por obra y gracia de los emparejamientos azarosos, parece que todo se vuelve convulso. Está claro que aguantar a la familia propia puede llegar a ser un suceso épico, pero hacerlo con aquellos que han llegado de la mano de un consanguíneo puede llegar a ser insufrible. Esta es la teoría del parentesco desde la superficie del problema, pero si profundizamos la cuestión puede que no pinte tal mal como parece.

Tradicionalmente es la suegra la protagonista y artífice de todos los males familiares, pero últimamente los cuñados están haciendo una carrera de fondo para ganar la partida a las anteriores. Es posible que la mezcla sea lo más explosivo, pero me inclino a pensar que lo más positivo es tratar estos parentescos por separado.

Un cuñado prototipo es aquel que incordia por definición, que sabe más que nadie de cualquier cosa y aunque se salga de madre siempre tiene la razón, entre otras cosas porque no permitirá que nadie se la quite. En las reuniones familiares se convierte en un auténtico «homo videns» ya que casi la totalidad de su sabiduría la recoge de la televisión y la hace suya. Llega a las afirmaciones universales partiendo de conceptos espurios que carecen de sentido desarrollando a partir de ahí argumentos contundentes y veraces como si fuera un auténtico esquizofrénico.

Esta mala fama se la están endilgando en los últimos tiempos los medios de comunicación con cantidad de parodias y despropósitos, pero no olvidemos que viene de antiguo aquello de «al cuñado, acúñalo y al pariente ayúdalo» entre otros muchos refranes populares.

Bien pensado, parece que nos olvidamos que los cuñados tienen dos polos, es decir, que yo mismo soy el cuñado de mi cuñado, por lo tanto también soy un cuñado. Visto así, la cosa cambia radicalmente porque yo a mí mismo no me voy a considerar un cuñado prototipo como el que se ha descrito. De hecho si juego el rol de cuñado prototipo es porque lo elijo, no porque lo sea, o no.

A partir de este argumento hemos de considerar que un cuñado es un pariente más al que no hay que etiquetar. Debemos ser conscientes de que la valoración negativa de las personas debe partir de sus respuestas, no de su estatus familiar. Para ser un cuñado ejemplar no tendríamos que caer en la trampa de autodefinirnos como tales, sino ser nosotros mismos. He de reconocer que puedo hablar con propiedad, porque tengo la suerte de contar con la cuñada ideal y eso no tiene precio.