Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Cambio de hora

Este fin de semana cambian la hora. En la noche del sábado al domingo, a las tres serán las dos. Una hora más de sueño o copeo. El feliz acontecimiento de que al ir a pedir el segundo whisky, creyendo que nos cierran la coctelería, resulte que ganamos, ganan, una hora más. Un trago más, una conversación más larga, un retorno a casa demorado. El pesimista dirá que es una hora más para tener pesadillas. En efecto, ese súbito despertar pensando en la hipoteca, el jefe, el ascenso o las laderas de Alaska puede ser aún más angustioso si nos da por mirar el reloj, ver que son las tres y tener que atrasarlo. Se atrasan solos. La primera vez que mi teléfono se atrasó automáticamente casi me da un soponcio. Vade retro. Cosa de brujería, pensé. Pero no. Es que son así de listos. Este cambio de hora nos hace, como dos veces todos los años, ilusionarnos con que dominamos el tiempo. En este caso incluso, acariciamos la idea de que lo ganamos, de que lo detenemos.

Hay que idear un plan macanudo y alegre para el domingo por la tarde. Convocar a los amigos en casa o irse al cine a ver una de mucha risa. Tal vez elegir un libro amenísimo y zambullirse en él a partir de las seis de la tarde. Y no mirar por la ventana. El domingo la tarde será corta, breve. Pronto la manta oscura se irá extendiendo por la ciudad. Por la suya también. Y hará frío. No se corte las venas, no aún al menos. Tampoco descartemos que la chimenea y el frío, con el añadido de la oscuridad y que sea domingo ponga feliz, a alguien. Siempre que tenga chimenea, claro. El invierno es más feliz con chimenea. Aunque claro, entre que vas a por troncos, que vuelves a irte a por astillas, que te desesperas por lo que tarda en arder el olivo, compras las pastillas que aceleran la combustión y empiezan a salir llamas se te ha ido medio invierno. Y con el trajín no tienes frío. Yesca, eslabón y pedernal, lumbre dan. En mi casa (mi hogar) había chimenea y yo me quedaba alguna tarde absorto mirando el fuego, admirándolo. Era de mucha diversión arrugar una página de periódico y arrojarla al fuego, páginas de opinión, preferentemente, que las ideas siempre han ardido bien. Si el papel tenía forma de bola, la bola ardía rápido, parecía un meteorito, la chimenea se iluminaba entera. Luego el bolón hecho cenizas iba cayendo sobre los troncos y las pavesas se esparcían por las jambas y la garganta, no la nuestra, la de la chimenea. Es calor de hogar, sin duda. Doblemente, dado que una de las partes de las chimeneas se llama así, hogar. Hay otra que se llama cenicero. Estábamos hablando del cambio de hora, del cambio de tiempo, y hemos derivado en el fuego. El tiempo bien podría definirse como fuego y cenizas.

Nos cambian la hora pese a que hubo un debate sobre si era pertinente hacerlo. El debate sobre la hora llega tarde. El tiempo lo alcanza. Se impone la costumbre. Días cortos por decreto.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats