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Arturo Ruiz

Quiero morir, no dormir

Hoy no es extraño que el 70% de la sociedad apoye la regulación de la eutanasia

Quiero morir, no dormir», dijo esta semana alguien que lleva postrado años en una cama cercada de tubos, consciente de que cuando abre los ojos despierta a una vida que es un infierno. Desde hace siglos, las sociedades occidentales han rendido honores de héroe a aquellos oficiales que cargaban contra las tropas enemigas a la búsqueda de una muerte segura, pero a la vez han repudiado a la personita solitaria que con valentía incluso mayor buscaba en la muerte la dignidad que le había negado la vida: apestados que ni siquiera eran enterrados en camposanto. Hoy no es extraño que el 70% de la sociedad apoye la regulación de la eutanasia. Por miedo al dolor, a apagarse en la soledad oscura de los pasillos angostos de los hospitales, a perder la consciencia, la memoria, el yo, el don del entendimiento o la palabra, miedo a volver a ser un bebé con pañales, a extraviar el derecho de ser recordado como uno fue y no como le condenó a ser una enfermedad desoladora, pavor a que le sea negada la humanidad de irse de este sitio a no se sabe dónde como a uno le dé la gana: ese anciano aquejado de cáncer de pulmón que describieron en «Tapas» José Corbacho y Juan Cruz: se viste con su mejor traje, se pone un elegante sombrero inglés, prepara una magnífica cena para la mujer con la que compartió cincuenta años, abre una botella de champán, pone música de Sinatra, saca a bailar a su chica en el salón familiar como si los dos regresaran a la adolescencia en la que todos los futuros están por empezar, se fuma en el balcón un último cigarro contando estrellas, se tumba en la cama y duerme tranquilo sin miedo a despertar enchufado a una máquina. No sé. Que al menos podamos hablar de esto. Es urgente. Se ha dicho también hace unos días que vamos a vivir cada vez más años pero más pobres: la miseria significa no poder elegir la vida que queremos. Que al menos sea posible elegir la muerte.

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