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Ánxel Vence

Se prohíbe hacer (mucho) gasto

stablece la economía bíblica que a siete años de vacas gordas les seguirán otros siete de vacas flacas, y viceversa. Ahora tocaría tiempo de arcas llenas y, en consecuencia, el nuevo Gobierno de Sánchez ha optado por una política de gasto con subida del salario mínimo, mejora de pensiones y otras medidas que compensen anteriores recortes. La única objeción que podría hacerse a tan elogiables propósitos consiste en que las vacas del Estado no gozan de robustez. Tras el enorme endeudamiento que la crisis trajo consigo, España debe ya el equivalente a todo lo que produce en un año. Aquí se vive de fiado, si bien es cierto que otros países hacen lo propio y, al parecer, no pasa nada. Italia, un suponer, debe un 131% de su producto interior bruto; Portugal, un 125% y Grecia, la campeona europea, alcanza los 176 puntos porcentuales en esa Liga de los pufos. Por no hablar ya de los Estados Unidos, que deben un 107% de lo que producen anualmente, si bien en su caso pueden permitirse esas y otras alegrías. Vivir a crédito no es un problema. Todo depende de las cantidades. Si un particular le debe 10.000 euros a un banco, es él quien tiene un problema; pero si consigue endeudarse en 100 millones, el problema ya pasa a ser más bien del banco. Que se lo pregunten, si no, a las entidades financieras que perecieron tras la última orgía del ladrillo. No ocurre lo mismo con los Estados. El acreedor los perseguirá hasta que paguen el último céntimo, bajo la amenaza de someterlos a «rescate». Paradójicamente, ninguno quiere ser rescatado. El problema -y a la vez, la ventaja- en el caso de España es que el control del dinero lo ejerce la UE. Los gobiernos nacionales han de someter sus presupuestos al escrutinio de Bruselas (o más exactamente, al de Berlín). Sánchez puede pactar lo que le plazca con Iglesias, que aun superando la prueba del Congreso deberá atenerse a los límites de déficit que impone a todos la UE. El que gaste más de lo que tiene en una proporción superior al 3%, cosa que ha hecho España en los últimos años, pasará a estar bajo el control de la autoridad realmente existente. Y, lo que es peor, con carácter preventivo. Si los eurócratas estiman que el Gobierno español estira más el brazo que la manga en los Presupuestos del próximo año, Pedro Sánchez tendrá un problema.

Suele decirse que los gobiernos de derecha gestionan mejor la economía y que los de izquierda son más eficientes en el reparto de la riqueza acumulada. Sea cierta o no, el Gobierno de Sánchez parece dispuesto a cumplir con la segunda parte, aunque no llega ni de lejos a los extremos en que incurrió años atrás el manirroto Zapatero.

No hay en su oferta, tímidamente socialdemócrata, ofertas de corte peronista como los cheques-bebé o la compra de votos a 400 euros la papeleta. En esto se conoce que el ojo vigilante del Big Brother de Bruselas retrae lo suyo incluso a los más gastosos. Una cosa son los siete años de vacas gordas que prevén las finanzas de la Biblia y otra bien distinta la mano de hierro de nuestra estricta gobernanta Merkel. Sánchez no ha tardado ni tres meses en entenderlo.

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