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La zarzuela mecánica

La Fundación Jacinto Guerrero analiza la influencia de la tecnología en la difusión del género

Lleva varios años la Fundación Jacinto e Inocencio Guerrero organizando en el auditorio de Cuenca unas jornadas de trabajo, que antes eran anuales y ahora tienen periodicidad bienal, en las que la zarzuela se somete a debate a cargo de especialistas, estudiosos, gestores y también críticos. Las Jornadas mantienen, desde su primera edición, dos características muy peculiares: por una parte se organiza una exposición que complementa y amplifica las ponencias y debates y, por otra, se mantiene un carácter abierto al público que puede asistir libremente a las mismas y, además, participar de manera activa en su desarrollo. Este año las Jornadas de Zarzuela se celebraron el último fin de semana de septiembre bajo el título de "La zarzuela mecánica" y en ellas se trató de la gran influencia que sobre el género tuvieron las nuevas tecnologías que comenzaron a desarrollarse de manera exponencial en los últimos años del siglo XIX y en las primeras décadas del XX. Los autores contaron entonces con magníficos aliados para llevar la zarzuela más allá de los teatros, gracias al cine o con sonido grabado a través de las pianolas o ya después de los cilindros de cera, el gramófono y el microsurco. La radio también fue un formidable medio que amplificó la popularización de las obras más conocidas entre el gran público. Todos estos adelantos fueron determinantes en la difusión de la zarzuela, no sólo en España sino también en Iberoamérica y se convirtieron, de este modo, en un compañero de viaje, no en un enemigo. Quizá la vitalidad creativa de esos años ayudase a ello. De hecho, muchas zarzuelas acabaron siendo películas, algunas de ellas de gran éxito. En Cuenca se proyectó una copia restaurada de la versión que rodó en 1925 el director asturiano Manuel Noriega de "Don Quintín el amargao", un sainete de Carlos Arniches con música de Jacinto Guerrero y que es buen ejemplo de una mezcla de géneros que se prolongó durante varias décadas. Jornadas como las de Cuenca son muy necesarias porque si de algo carece actualmente la zarzuela es de pulso y presencia pública. Más allá del madrileño teatro de La Zarzuela y del esfuerzo presupuestario que se realiza en el Campoamor con el patrocinio del Ayuntamiento de Oviedo, el género va a la extinción en festivales de muy bajo presupuesto y resultados verdaderamente precarios. Urge más que nunca tejer un plan nacional de defensa de la lírica hispana que sea capaz de articular una red de teatros en los que tenga presencia en igualdad de condiciones a la ópera o al teatro de prosa. La animadversión de algunos directores de teatros públicos hacia nuestra lírica carece de la menor justificación. El abandono de uno de nuestros activos culturales es un error que pagarán sucesivas generaciones. Al estrecharse la oferta también se van perdiendo todos los profesionales especializados: cantantes, actores, bailarines, etc, que configuraban un tejido productivo que hoy está en mínimos. Ojalá la zarzuela sepa engancharse a nuestro tiempo y no quede como una reliquia del pasado sino como una vigorosa industria cultural. Cuidar de nuestro patrimonio más que una obligación debiera ser un hecho que sumase voluntades de forma entusiasta y sin sectarismo. Por desgracia, no es el caso.

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