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Pido perdón

El 9 d'Octubre, día de todos los valencianos, estuve en el Palau de la Generalitat. Asistí a la entrega de los galardones que anualmente concede el Consell a aquellas personas o entidades que, por su relevancia social y proyección exterior, prestigian el nombre de este pueblo en todo el mundo. En mi crónica, junto a los alicantinos a los que se concedió esa alta distinción, también incluí a otros premiados que, aunque del resto de la Comunidad, tuvieron o tienen una importante presencia en la provincia como por ejemplo el fallecido empresario Francisco Pons, durante muchos años presidente de los empresarios del «lobby» AVE; o el Valencia Club de Fútbol con motivo de su centenario. Durante la lectura del decreto de concesión del premio se destacó su condición de «principal club deportivo y social de la Comunidad Valenciana» y se justificó como reconocimiento «a su condición de entidad civil valenciana más representativa por el número de socios y seguidores, y también por su aportación a la animación deportiva y cultural de nuestra Comunidad a lo largo de un siglo». Cité al Valencia CF en la cobertura de ese evento no sólo por esos logros, que son reales, sino también por la referencia que el club conserva en muchas localidades de Alicante. Especialmente en el norte de la provincia hay municipios en los que las peñas de seguidores ché son las hegemónicas frente a la del resto de equipos. Así que entendí que muchos alicantinos aficionados del Valencia CF se sentirían honrados por el galardón que recibía un club con una indudable dimensión autonómica. Me pareció merecido y lo reflejé. Lo confieso: me equivoqué. Pido perdón.

Precisamente por ese premio que el Valencia CF recibió el pasado 9 d'Octubre en el Palau de la Generalitat, el desagradable incidente de este último fin de semana con el veto a los que somos nacidos en la provincia de Alicante a poder acudir a un partido de fútbol en el que jugaba el Hércules CF con el filial valencianista en Paterna alcanza una importancia que va más allá de lo puramente deportivo. Tiene una evidente dimensión política. Lleva toda la legislatura que está a punto de finalizar el presidente Ximo Puig hablando de la necesidad de «coser» la Comunidad Valenciana para conseguir una cohesión efectiva del territorio. La obligación de vertebrar y de generar elementos activos que unan no corresponde únicamente a las instituciones públicas. También debe desarrollarse desde todos los puntos de vista. Lo han conseguido, por ejemplo, las sociedades musicales con una federación autonómica muy potente con una notable capacidad para organizar grandes actos en todo el territorio con participación de todos. Lo han demostrado con concentraciones multitudinarias en las tres capitales durante la conmemoración del 50 aniversario de la Federación de Sociedades Musicales valencianas. No se ha logrado, por contra y entre otras cosas, con los medios de comunicación públicos -el arranque de À Punt aún genera dudas- ni tampoco en el terreno deportivo. Pero, desde luego, este tipo de actuaciones como la del Valencia CF son de las que rasgan. De las que generan heridas que escuecen. De las que rompen con los intentos de vertebración por un motivo claro: se ataca a los sentimientos de mucha gente.

Es verdad que al Hércules hasta este momento, cuando Santa Bárbara ha tronado, no le ha interesado ejercer ningún papel de relevancia en el panorama deportivo valenciano como sí lo han hecho otros clubes caso del Villareal o el Levante. Ni siquiera ha buscado sinergias con el resto de la provincia, de la que prefiere vivir completamente de espaldas. Son los blanquiazules un club mal gestionado en lo deportivo y mucho peor en lo social. Un chiringuito más del entramado de negocios de Enrique Ortiz. Así de triste. Es verdad también que los alicantinos tenemos que empezar a estar presentes en los grandes debate que se generan en València no sólo para reivindicar. Debemos acudir a reclamar pero también, y eso no lo hacemos, a proponer soluciones para todos. Si la actividad en Alicante va bien, seguró que será positivo para toda la Comunidad. Pero eso no es una justificación. Al contrario. Este tipo de actitudes como la del Valencia son completamente inadmisibles para una entidad que el 9 d'Octubre recibió nada menos que la distinción más importante que anualmente se entrega con toda solemnidad en el Saló de Corts del Palau de la Generalitat -la casa de una institución con 600 años de existencia que simboliza el autogobierno de los valencianos- junto a otros deportistas con una brillante trayectoria como los tenistas David Ferrer, alicantino de Xàbia; o Anabel Medina, valenciana de Torrent. Es algo muy serio para que se tome como un desliz o para que se quede en nada.

Para que quede muy claro. Nadie que pisotea los derechos de un pueblo merece un premio de una institución como la Generalitat que nos representa a todos. Porque lo que hizo el Valencia CF no fue únicamente despreciar a los nacidos en la provincia de Alicante. Ni mucho menos. También marginó a los castellonenses y dejó en mal lugar a todos sus seguidores, muchos de ellos, estoy seguro, críticos con esta actuación. El Valencia avergonzó a todos. Lejos de construir nada, se dedicó a romper lazos dentro de nuestro propio territorio. Por todo ello, alguien que toma esas decisiones marcadas por el sectarismo y el despropósito no puede tener ni un minuto más en sus vitrinas la distinción que concede el Consell. No lo merece. Fue un desprecio para todos los valencianos. Por supuesto, para el resto de los premiados. Y un descrédito para la máxima distinción autonómica. Así que o el club valencianista devuelve ese galardón del que ahora mismo no es digno o debe ser el propio Consell el que revoque el decreto de nombramiento salvo que se produzca un reconocimiento claro y explícito de culpa, una petición de perdón y la capacidad para enmendar el error. En sus manos queda. Mientras, admito que no debí citar al Valencia CF nunca en esa crónica con los premios del 9 d'Octubre. Yo sí les pido disculpas.

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