Héctor Díez, un edil que hasta hace muy poco tiempo se colocaba en los mentideros socialistas como una de las alternativas a Carlos González -otra cuestión es que ahora se niegue-, estará deseando abandonar el área de Limpieza el próximo mandato (si sigue, que suponemos que sí, y si su partido gobierna) porque es una de las más ingratas de toda la gestión municipal. Es muy difícil encontrar ciudadanos contentos, independientemente de que este servicio sea mejor o peor, porque las críticas siempre te afean y te ponen en un brete sin que tengas capacidad real para dar una solución. Tampoco las circunstancias del contrato del servicio, heredado de una ampliación el pasado mandato, era como para echar cohetes, con una adjudicataria que está a estas alturas atada de pies y manos y a la espera de la finalización del mismo, dentro de 14 meses, y después de admitir todos (menos los que lo negociaron y lo firmaron) que nunca debería haberse prorrogado por Mercedes Alonso. Lo que ayer anunció Héctor Díez podría estar bien si tuviera resultados cuantificables pero me temo que solo servirá para maquillar una situación que no se resuelve con un refuerzo ni visitando casa por casa para recoger los trastos viejos porque el problema es tan profundo y viejo como la sociedad. La mayor parte de culpa la tenemos los ciudadanos que nos pensamos que el campo es un vertedero público, pero también la tiene esa administración laxa que no fiscaliza el cumplimiento de la normativa, no sanciona en plazos cortos las irregularidades o se piensa que un anuncio rápido tres días después de que te hayan puesto colorado en un debate sobre el estado de la ciudad es suficiente como para cerrar las bocas de quien se queja y que todo se olvide. Por eso Héctor Díez quiere salir corriendo de Limpieza, porque ayer vendió paños calientes (y algo de humo), y lo sabe, con el contrato más importante del Ayuntamiento.
