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Y ¿qué hay del egoísmo alemán?

Leíamos el otro día la entrevista que hicieron tres diarios europeos, de esos que llaman de referencia, al ex ministro alemán de Hacienda, Wolfgang Schäuble.

Hoy presidente del Bundestag, el Parlamento de ese país, el que fue fiel y eficaz colaborador de la canciller Angela Merkel hablaba en ella de democracia.

Afirmaba el otrora todopoderoso ministro: "La mayor amenaza para la democracia es darla por hecha. Es lo que los economistas llaman complacencia".

Y añadía: "Durante 70 años hemos tenido paz, estabilidad, crecimiento económico", tras lo cual expresaba su sorpresa por ante la reacción de tantos ciudadanos.

"Según una reciente encuesta en Europa, la gran mayoría decía que la situación en su país era mejor que nunca, pero cuando se les preguntaba si a sus hijos les iría mejor, la respuesta, al revés que en otras generaciones, era que no lo creían".

Schäuble atribuía esa sensación de muchos a "los cambios increíblemente rápidos y profundos" que entrañan tanto la globalización como las nuevas tecnologías, así como "el creciente escepticismo sobre la eficiencia de la UE".

Hablaba en buena medida de su país, de Alemania, pero sin reconocer la propia responsabilidad, la del Gobierno de coalición del que formó parte, en lo que ocurre últimamente en Europa.

Sin reconocer, esto es, las continuas resistencias de Berlín a una profundización de la Unión Europea en una dirección más democrática y solidaria con las economías que más han sufrido los embates de la crisis.

Sin admitir por ejemplo que la creación de la moneda común europea ha beneficiado sobre todo a Alemania, cuyas exportaciones han podido crecer fuertemente en buena parte a costa de sus socios, pues para que uno exporte, tiene que haber otros que importen.

Debería escuchar más el político de la CDU a su conocido compatriota, el filósofo y convencido europeísta Jürgen Habermas, siempre muy crítico con el Gobierno de Angela Merkel, pero también con una parte importante de la prensa de su país, que ha contribuido poderosamente a fomentar el egoísmo nacional.

Unos medios que no se ha cansado de comparar demagógicamente, como en la fábula de La Fontaine, a las despreocupadas "cigarras" del católico Sur con las siempre laboriosas y previsoras "hormigas" del Norte protestante.

Esa prensa, escribe Habermas en un artículo publicado en el mensual"Blätter für deutsche und internationale Politik, ha acabado convenciendo a los alemanes de que, si de algo ha pecado el país, es de altruismo con los ingratos socios europeos.

Durante la crisis, Alemania ha desempeñando, para esos medios, un papel de prudente "gestor" y "generoso acreedor" cuando lo cierto es que si algo ha caracterizado su comportamiento es el de un "descarado egoísmo económico".

"Hasta (el Gobierno de Helmut) Kohl tal vez habría habido buenas razones para hablar de los alemanes como los buenos europeos", pero con el canciller cristianodemócrata se produjo un cambio de mentalidad".

A partir de la reunificación del país, de la que Kohl fue el principal artífice, creció la autoconfianza del pueblo alemán hasta que, con la crisis bancaria y de la deuda, se reforzó el "autismo" nacional.

Según Habermas, el país adoptó entonces rasgos de lo que el filósofo francés Jean-Paul Sartre llamaba "mauvaise foi" ("mala fe"), es decir, una especie de "autoengaño".

Y ese "autoengaño" se traduce, por ejemplo, según Habermas, en la desconfianza que sienten los alemanes a la hora de colaborar con otras naciones, en especial las de la Europa del Sur.

Pone el filósofo de la Escuela de Frankfurt como ejemplo el uso un tanto particular que hace la canciller Merkel de palabras como "lealtad" o "solidaridad".

En una reciente entrevista con la TV alemana, Merkel habló del conflicto arancelario con EEUU y del problema de los refugiados y dijo esperar en ambos casos "lealtad" del resto de los europeos.

Pero, argumenta Habermas, si un jefe puede pedir lealtad a sus subordinados, la cooperación política exige, por el contrario, "más bien solidaridad que lealtad".

Y eso significa, por ejemplo, que cada cual se muestre capaz de subordinar los propios intereses a los de los demás, algo que no ha ocurrido, por ejemplo, con los refugiados o con el conflicto de los aranceles.

Así, por lo que a los refugiados se refiere, está claro que unos países - los mediterráneos- se ven más directamente afectados que otros por la inmigración y que no todos ellos tienen la misma capacidad de acogida.

Y en el caso del automóvil, está también claro que los aranceles estadounidenses perjudican más a Alemania que a otros países europeos.

En ambos casos, escribe Habermas, colaborar políticamente significa tener en cuenta los intereses del otro y corresponsabilizarse de las consecuencias.

"Que la canciller hable en esos casos de ´lealtad´, tiene que ver, explica aquél, con el hecho de que desde hace años la palabra "solidaridad" ha cobrado un nuevo sentido, estrictamente económico".

Se habla así de "solidaridad" cuando en el fondo se trata de la imposición por los acreedores de una serie de onerosas condiciones a los deudores, algo que tiene poco que ver con aquélla.

Cuando el principal responsable de las políticas de austeridad, el ex ministro Schäuble, habla de "amenazas a la democracia" y de creciente "escepticismo" entre los ciudadanos, debería comenzar por hacer autocrítica en lugar de dar lecciones a los demás. Pero esto es algo que parece que les cuesta siempre a tantos alemanes.

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