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Desde mi terraza

El portazo

«Yo voy al teatro a distraerme, y no a sufrir». «Con tantos problemas como tengo, busco entretenimiento en el teatro». «¡Eso me faltaba, ir al teatro a pensar!». Estos y muchos otros son los comentarios generalizados de quienes tienen un concepto muy discutible de lo que es y lo que significa el teatro en la sociedad actual; o mejor dicho, en la sociedad, puesto que desde hace dos mil años está implantado en todas las civilizaciones. Y es que el concepto de «diversión» está pervertido: uno puede entretenerse muchísimo con una obra de teatro clásico, con un teatro de ideas o con una buena comedia. Si el teatro resulta aburrido es porque está mal ejecutado, o el texto carece de interés, o el director lo ha convertido en algo confuso. Y todo este preámbulo viene a cuento por la obra con la que el Teatro Principal ha inaugurado la temporada, La vuelta de Nora (Casa de Muñecas 2) que toma como base el final de la obra Casa de muñecas del autor noruego Henrik Ibsen, escrita en 1879, y que se considera como el inicio del teatro moderno. 140 años más tarde, el norteamericano Lucas Hnath retoma aquel texto hoy universal para construir una especie de epílogo sobre el mismo, y que titula abiertamente y sin rodeos Casa de Muñecas 2. El personaje central de la obra original es Nora, una mujer burguesa que decide romper todo convencionalismo para encontrarse a sí misma, abandonando a marido e hijos y dando un portazo que dejará atrás una vida que le disgusta. Nora está considerada como un símbolo del feminismo mundial y es un papel anhelado por todas las buenas actrices del mundo. Y el portazo con el que abandona la casa es todo un símbolo en las reivindicaciones feministas. Ahora Lucas Knath retoma la obra para situarnos en el regreso de Nora a su casa tras 15 años de ausencia para solicitar los papeles del divorcio que la convertirá definitivamente en una mujer libre; pero el autor plantea ahora el conflicto de las consecuencias de aquel portazo que sumió a la familia en la angustia y la desesperación; el autor sienta en dos sillas enfrentadas al marido y a la liberada para componer una escena magistral, en la que tanto el marido como la hija conmoverán a Nora con la narración de las consecuencias de su abandono. Es por tanto un punto de vista muy distinto al planteado por Ibsen. No repudia la actuación de la protagonista pero sí la enfrenta a las consecuencias de sus acciones. Y ese enfrentamiento con la realidad convierte la pieza en una pequeña joya que hace pensar y desmantelar al personaje de Nora de su halo de heroísmo, todo ello muy bien reflejado gracias a las interpretaciones de Aitana Sánchez Gijón y de un magnífico Roberto Enríquez en su papel de marido herido, víctima de la vergüenza social. Pero hay que decir que quien pone los puntos sobre las íes es Andrés Lima, el director, que no desmerece de sus trabajos anteriores (inolvidable Urtain) sino muy al contrario nos muestra la madurez estilística de un gran creador. Por todo lo anterior resulta difícil compartir la idea de que «pensar» sentado en la butaca de un teatro resulta aburrido o incrementa el estado de inquietud por las preocupaciones cotidianas. En este caso nos encontramos con un teatro de ideas, pero supone lo mismo cuando nos enfrentamos a una buena representación de corte didáctico, distanciadora y crítica. Y así podríamos incluir muchos ejemplos que avalarían la teoría de que el buen teatro nunca es aburrido, admitiendo también que cuando falla en cualquiera de sus parcelas (texto, interpretación, dirección) el teatro resulta algo infumable que alejará del mismo al aburrido y decepcionado espectador por un buen tiempo, si es que vuelve alguna vez. El teatro, si es bueno deja huella; y si es malo, la huella siempre es mayor. Es una responsabilidad muy grande que a veces no tienen en cuenta los responsables artísticos, trayendo las consecuencias citadas. Pero si uno tropieza con una obra de las características de La vuelta de Nora volverá a comprar una entrada a la espera de revivir situaciones que, siempre, tendrán algo que ver con él. No tengan miedo al teatro, infórmense en lo posible de qué es lo que se les ofrece, y decidan libremente como hace (hizo) Nora.

La Perla. «Feminismo no es repartirse el pastel entre ambos sexos, es hacer uno nuevo» (Gloria Steinem, periodista y activista feminista estadounidense)

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