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El nuevo viejo mundo

Me permito el lujo de estar diez días al otro lado del charco desconectado de la actualidad. Eso sí, el domingo acudo a la Quinta Avenida a palpar el Desfile de la Hispanidad, algo que solo puede conseguir el ejemplar que habita la Casa Blanca. Los centros regionales van a lo suyo y hacen caso omiso del brontosaurio. No debe haber mayor desprecio que no hacer aprecio. Los periodistas latinoamericanos sí que enarbolan en una pancarta que comunicar lo que pasa es una obligación. Aunque los vi por la 54, ignoro si llegaron a casa. Cuatro calles antes, Saint Patrick's preside majestuosa. El órgano del coro, hecho por una firma de San Luis en el 28, sonó en la víspera a música celestial por medio de sus cuatro mil tubos. De allí sale uno creyendo, ya sea en el Altísimo o en Kilgen & Son, los constructores del instrumento. Durante la procesión de sevillanas, jotas y tangos, en la catedral ondean dos banderas, la americana y la española. Lo siento por Puigdemont & Torra pero, a pesar del campañón, allí no hay debate.

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