Grandes áreas de la izquierda parece que consideran la derecha política como una anomalía en la opinión pública y, como tal, digna de ser declarada a exterminar. Es éste un fenómeno singular de raíz hispana, fruto seguramente de nuestra agitada historia más reciente, que distorsiona la realidad y perjudica notablemente el libre juego de las tendencias. Y más, si se tiene en cuenta que la propia derecha parece como que no lo quisiera ser del todo y a la hora de posicionarse en el espectro de opinión antepone la palabra centro como elemento corrector.
Se trata, pues, de una pertenencia vergonzante que, como si dijéramos, acepta en el fondo una parte de la acusación que le hace la izquierda, aquella que le atribuye como razón de ser una dosis mezcla de egoísmo, pacatería y antigüedad. Es decir, un centro más bien impreciso, no siempre bien definido, que ha tenido incluso sus ejemplos formales en históricas iniciativas políticas. Intentos que no son otra cosa que mezclas ocasionales de conservadurismo y progresismo, más o menos limítrofes, surgidos sobre todo ante determinados retos electorales. Ejemplo relativamente antiguo: la Confederación Española de Derechas Autónomas, la CEDA de Gil Robles, formación muy conservadora de partidos agrarios, confesionales (la Acción Popular, de Ángel Herrera€) y regionalistas (patria, autoridad, familia, religión€), limítrofe con los fascismos de una época surgida hace la friolera de 85 años ante la convulsa situación en la España de entonces. Iniciativa que no es justo juzgar con criterios de hoy tan alejados de los de antaño. Ya en los años 70, tras la muerte de Franco, surge Unión de Centro Democrático, UCD, partido de amplio espectro y no muy duradero que iba desde la socialdemocracia de Fernández Ordóñez, por la izquierda, a la Acción Democrática Española, con Federico Silva y otros pesos pesados de la época, por la derecha auténtica. De ese "centro" ucedista fue el liberal Joaquín Garrigues Walker, famoso por sus golpes de humor ("La situación es desesperada, pero no grave") malogrado por su muerte prematura. Un político de larga trayectoria como Manuel Fraga funda después, por la derecha, Reforma Democrática que pasa a ser Alianza Popular, embrión a su vez del actual Partido Popular, que es hoy la formación más emblemática de ese llamado "centro-derecha" y el único hasta no hace mucho tiempo.
Partido tradicional que pone el acento en la unidad de España, el europeísmo, la economía, la educación, el empleo, la familia, la defensa de la vida, la seguridad, la recuperación de los valores del mundo occidental€ Una nueva formación como Ciudadanos ha venido a ocupar una parte del espectro del que hemos dado en llamar centro-derecha llamándose a la parte del pastel con parecidas propuestas pero matices propios: supresión del Senado y las Diputaciones, reformas de la ley electoral, de los impuestos, lo laboral, seguridad€
Por último surge una formación vigorosa, hasta ahora en la sombra, que reclama una parte del pastel: Vox. La manifiesta alarma a derecha e izquierda ante su lanzamiento revela que sus propuestas son audaces y se encasillan en un enérgico ideario del espectro político. Yo no diría que ultra, como se pretende interesadamente, sino exigente ante la situación y acaso influido por la dura peripecia vital de su cabeza visible, el vasco Santiago Abascal. Vox propone, entre otros objetivos habituales en la derecha política, eliminar el régimen autonómico y los privilegios fiscales, potenciar la Hispanidad, proteger y generalizar el idioma español, derogar la Memoria Histórica, devolver al Estado las competencias de educación, la sanidad y la seguridad€ Y, por si fuera poco, recuperar Gibraltar. En el "Parciuvox", digámoslo así, sería el miembro menos dócil de un tripartito conservador en coalición. La situación exige decisiones heroicas, renuncias y aplazamientos. Tres derechas, cada una por su lado, tendrían el mismo efecto que los tres jamases de Prim.
