Si hay algo que nunca me pasaría por la cabeza es intentar justificar mi condición de mujer trans ante los demás. Mi orgullo de ser humano me impide hacer esa estupidez, por la simple razón de que las personas trans no tenemos que justificar nuestra condición socialmente ante nada ni ante nadie. No es de ninguna manera nuestro cometido ni obligación demostrar a la sociedad cisheteronormativa en la que por ahora nos ha tocado vivir, nuestra inclusión y pertenencia a ese constructo de binariedad llamado orden natural de las cosas, un concepto arbitrario del que se nos ha pretendido siempre separar y aislar adjudicándonos los consabidos estigmas de anormalidad, enfermedad, perversión y peligrosidad social.

Por eso me producen tanta irritación esos argumentos superficiales y erróneos que se suelen escuchar en una mayoría de medios y canales voluntariosamente reivindicativos de nuestras realidades trans, y que a mí me suenan simplemente a excusa barata, a un medroso mantra autojustificativo y poco serio, un intento ingenuo por su simpleza de buscar su aprobación, reivindicando con una mentira a modo de excusa ése origen natural de nuestra singularidad, y por tanto la inocencia sin mácula de nuestra condición de personas trans.

Uno de esos argumentos que más se suele escuchar por ahí es ese pretendido dogma ahora de moda según el cual la transexualidad existe en la naturaleza desde siempre, y en el que se equipara esta característica congénita de algunas especies animales con el fenómeno de la transexualidad humana. Un argumento bienintencionado pero que se cae por su propio peso, y que a modo de ejercicio de lógica, aquí me parece interesante rebatir.

Partamos de la certeza de que existen especies animales tales como peces, moluscos o reptiles que a lo largo de su vida pueden ejercer la capacidad de cambiar su sexo una y más veces, en algunos casos incluso llegando a combinar sexo masculino y femenino. A esta muy básica "transexualidad animal" se la denomina hermafroditismo secuencial, una función de naturaleza puramente adaptativa y necesaria para su supervivencia y continuidad. En este caso hablamos de un rasgo biológico característico de esas especies. No es la excepción, sino la regla.

El caso de la especie humana aparece ya en principio del todo diferente, ya que nuestro proceso evolutivo desechó ese camino hace mucho tiempo. En nosotros esta facultad de tránsito sexual adaptativo no existe ni tiene por qué existir, ya que no necesitamos esta función para nuestra supervivencia. Cuando un ser humano recurre a la transexualidad como tratamiento médico suele ser por consecuencia de un conflicto entre identidad de género y sexo biológico. Esta condición neurológica es un fenómeno singular, específica y exclusivamente humano e íntimamente ligado al desarrollo de nuestra inteligencia y autoconsciencia.

Quienes lo padecemos sentimos que algo en nosotros no funciona, y en consecuencia tenemos que arreglarlo. Y el método de reordenación física y mental al que recurrimos actualmente es esa amalgama de procedimientos quirúrgicos y hormonales a la que denominamos transexualidad. Transexualidad, palabra que será siempre entendida aquí en su acepción de tratamiento médico, y nunca como denominación de un grupo social. A lo largo de nuestra vida, la transexualidad es una más de las características que nos definen y no nuestra definición, ya que somos seres humanos completos y complejos. Somos personas, y punto.

Recapitulando para concluir, los seres humanos tenemos la capacidad de mirar dentro de nosotros mismos y de cuestionarnos lo que vemos. Los animales en general no son autoconscientes al nivel de la especie humana, carecen de razonamiento abstracto y los conceptos de sexo o género no significan nada para ellos, ya que no son capaces de imaginarlos. Su mente realiza esta diferenciación únicamente de cara a la consecución del acto sexual como función instintiva de reproducción y perpetuación, por tanto nunca podrá existir en ellos un conflicto entre identidad de género y sexo biológico, fenómeno que pertenece por sí mismo al dominio de las esferas superiores de la inteligencia.