El pasado 1 de octubre tuve la oportunidad de acudir a una comida con mujeres, elaborada por mujeres de la alta cocina. El encuentro se celebró en el restaurante Monastrell de Maria José San Román. Antes, por la mañana, nuestra anfitriona había inaugurado, en la Universidad de Alicante, el Máster universitario de Arroces y Alta cocina. La comida congregó a un nutrido grupo de mujeres, jefas de cocina, periodistas gastronómicas, directivas de empresas relacionadas con el mundo de la hostelería, en definitiva, mujeres con ganas de crear complicidades y visibilidad en la profesión. El menú fue elaborado por cuatro de las grandes, Carme Ruscalleda, Aizpea Xarma, María Solivella y la propia Maria José San Román. Se respiraba un ambiente alegre, de amistad. Fue más que una comida de mujeres que comparten profesión. Tras compartir una enriquecedora y divertida jornada, rememorando las conversaciones que tuvimos y documentarme sobre la profesión, me atrevería a afirmar que el encuentro de Alicante será el germen de algo mucho más amplio y más ambicioso. Mientras saboreaba y escuchaba algunas intervenciones que demostraban tanto la valía profesional como el coraje y tesón de sus trayectorias vitales, intuía que lo que flotaba en el ambiente nada tenía que ver con la pregunta trivial de ¿quién cocina mejor las mujeres o los hombres?

En 2018, de los 195 restaurantes con estrellas Michelin repartidos en la península y archipiélagos, sólo 18 tienen a una mujer por cocinera jefe, lo que supone un 9,2%. Si nos asomamos al país vecino, Francia, mientras un 52% del alumnado de las escuelas de cocina son mujeres, el 94% de los chefs son hombres. Sólo un 3% de mujeres ostenta estrellas Michelin; sólo una mujer, Anne Sophie Pic ostenta tres estrellas. Otro dato curioso es que, en la clasificación de los 50 mejores restaurantes del mundo, se ha creado una categoría especial para la «Best Female Chef of the World», como si las mujeres no pudieran competir en igualdad en la misma categoría que sus colegas masculinos. Las mujeres han alimentado a la Humanidad desde la noche de los tiempos, la expresión «buena cocinera» remite, en el inconsciente colectivo, a la labor de madres y abuelas y no hay chef que no evoque o se inspire de la «cocina de la abuela» -nunca de la del abuelo-, sin embargo, las profesiones relacionadas con la cocina y la gastronomía se encuentran entre las más sexistas. Food Feminism es un movimiento acuñado recientemente en Francia, que nace para tomar conciencia de este sexismo y abrir el debate.

Ésta es una profesión que requiere sacrificio. Muchas horas de trabajo, muchas en fines de semana, que dificultan la conciliación entre la vida laboral y la personal y familiar. Son destacadas chefs, pero también son madres, esposas e hijas. Ésta no es la única causa por la que pocas mujeres consiguen romper el «techo de cristal»; existen otras razones, algunas veladas e incluso invisibles. Se trata de una profesión en la que persisten los roles y estereotipos de género. Mientras la cocina se mantuvo en el ámbito doméstico, fue terreno de las mujeres, los hombres la acapararon cuando se profesionalizó. Y ahora, ha entrado en las universidades. Según un estudio que realizó la Universitat Politécnica de València, las chefs perciben un 28,3% menos que sus compañeros y lo tienen más difícil para que se las reconozca. En una profesión con mucha competitividad, las diferencias de sexos se acentúan. El estudio señala que el liderazgo se ejerce de manera distinta por hombres que por mujeres. Esto ya lo señaló Pierre Bourdieu en La dominación masculina, al aludir a la violencia simbólica e invisible que padecen las mujeres. Las estructuras sociales influyen en la organización del espacio y en la división sexual del trabajo. En términos de poder, la división sexual del trabajo se traduce, por ejemplo, en la infrarrepresentación de las mujeres en algunos ámbitos profesionales como la política o el mundo de las finanzas. Bourdieu señala cómo el género determina la estructura social que rige las relaciones entre los sexos y lo difícil que es combatirla por cuanto se vuelve imperceptible.

Así es, las mujeres de cualquier posición social pueden sufrir discriminación de género, sólo por el hecho de ser mujeres. La brecha salarial, que afecta a directivas, es un ejemplo de esa transversalidad. Porque los obstáculos son sociales, es necesario combatirlos socialmente, y esto es en parte lo que trata de hacer entender el feminismo. Necesitamos mujeres referentes en todas las profesiones, en el mundo de la gastronomía y de la alta cocina, también. Son necesarias para visibilizarlas y para despertar vocaciones en las jóvenes. Si una avanza, avanzamos todas; si una puede llegar, podremos llegar todas. La lección inaugural del Máster la impartió María José San Román, pero junto a su experiencia y saber, su imagen se convertía en un referente para todas las personas inscritas. Se necesitan mujeres y hombres que incorporen la mirada de la igualdad en todos los ámbitos y que reconozcan el esfuerzo que queda por hacer. Este evento fue un ejemplo de cómo canalizar sinergias y de la necesaria unión del liderazgo femenino. Agradezco la invitación a tan exquisito encuentro, me permitió descubrir un territorio más en el que hace falta seguir trabajando por y para la igualdad.