El panorama político español se parece mucho a una representación teatral. O a un viejo autobús dando tumbos por un camino salpicado de baches. Cada vez es más difícil saber si lo que unos y otros hacen o dicen que quieren hacer obedece a lo que realmente piensan o simplemente es lo que resulta más procedente para estar en el poder.

Uno siente que nos movemos en la incertidumbre, que no existe una visión clara de hacia dónde vamos, que no hay proyecto, que todo discurre por mil vericuetos que rampan sin orden y sin concierto. Es el reino de la improvisación. Lo único que importa es que todos los días salgan panes del horno.

Me gustaría acercarme al panorama político y social y darme de narices con noticias de esas que dan motivo para la esperanza. Pero repaso los titulares y me topo con lo que en las líneas anteriores acabo de expresar. Y así seguiremos salvo que ocurriere algún vendaval que obligara a poner encima de la mesa los auténticos problemas que hay que resolver para sacar a España adelante.

Pedro Sánchez es, como no podría ser de otra manera, el enemigo a batir. El presidente intentará mantenerse a flote a toda costa y todos los demás, antes o después, tirarán a hundirlo. El poder, piensa Sánchez, podría darle las alas que hasta ahora le han denegado las urnas.

No soy un forofo del líder socialista, pero me viene a la memoria lo que pensé cuando seguí su primer discurso como secretario general del PSOE, un buen orador con un discurso sólido y muy bien estructurado. Pensé entonces, el PSOE tiene un candidato fuerte. Esa fortaleza, tal vez porque las circunstancias no acompañan, no ha cuajado todavía. Pero aviso, no será fácil apearlo del poder.

Ya pueden ponerse las pilas el Partido Popular, Ciudadanos, Podemos, algunos partidos autonómicos y las llamadas mareas y confluencias. Y quien cuente con brujos o brujas en sus filas, que los y las hay, que preparen sus más efectivos conjuros. O Sánchez se los comerá a todos.