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Óscar R. Buznego

El Partido Popular y Ciudadanos

Las relaciones entre los dos grandes partidos de la oposición

La destemplada política española de los últimos años ha acabado por convertirse en un gran lío, al que están contribuyendo por igual el gobierno y la oposición. Los políticos no resuelven los problemas, que siguen pendientes, algunos agravados, sino que los crean. La insatisfacción con el funcionamiento de nuestra democracia es mayoritaria, pero solo los ciudadanos de a pie parecen reparar en el hecho. Presentan sus quejas, manifiestan su descontento, pero

perciben que los dirigentes políticos no les prestan atención. La agenda está a rebosar de reformas por hacer que no encuentran la mínima oportunidad de ser debatidas con sensatez en la esfera política. Las instituciones son zarandeadas alegremente de la forma más irresponsable. La democracia española, como casi todas, atraviesa una fase sin brillo, de deterioro progresivo.

La moción de censura ha servido para apartar al Partido Popular del gobierno, pronto sabremos si por unos meses o de forma duradera, a cambio de desestabilizar aún más la vida política cuando menos convenía, y todo indica que la situación será esta mientras no se celebren elecciones generales. Ante la incertidumbre, con plena conciencia de que la

legislatura solo puede prolongarse poco más de un año, con la inminencia de unos comicios locales, todo se hace en clave electoral. El jefe del ejecutivo juega con la disolución del Congreso ante sus reticentes aliados y la oposición lo apremia para que firme la convocatoria.

La responsabilidad de Pedro Sánchez aumenta un grado cada día que pasa, a medida que cunde la sensación de que estamos perdiendo el tiempo y que solo el veredicto de las urnas puede aplacar los ánimos. Los partidos afrontan el curso político con evidente nerviosismo. El acceso del PSOE al gobierno los ha obligado a adoptar un papel distinto. Han modificado su estrategia, sin perder de vista las encuestas.

Las expectativas creadas a partir del relevo en La Moncloa, sin embargo, se van cumpliendo sólo en parte. El PSOE está consiguiendo a medias su principal objetivo, que era recuperar los votos fugados a Podemos y a la abstención, pero no hay señales de que ocurra lo mismo con los votantes que lo abandonaron en dirección al centro. La amenaza que representó el movimiento morado para la hegemonía de los socialistas en la izquierda ha desaparecido, pero

las opciones del PSOE de seguir gobernando se reducen hoy a un gobierno de coalición, según ha advertido

Pablo Iglesias, como mínimo con Podemos.

Una consecuencia de la moción de censura que no debe ignorarse ha sido una mayor polarización de la vida política. No es que los españoles hayan evolucionado ideológicamente hacia los extremos, ni que defiendan actitudes más radicales, sino que los partidos los han separado. Sin llegar aún al punto alcanzado en Cataluña, la sociedad española muestra síntomas de una división política recelosa y estéril. Se puede observar la dificultad para el diálogo político

que hay entre la amalgama de partidos que sostienen al gobierno y los partidos que militan en la oposición. El parlamento y los medios de comunicación registran a diario episodios que ponen en evidencia la falta de respeto de los partidos a las reglas y al juego limpio democrático. El resultado de todo ello es que los electores adoptan posiciones políticas más rígidas.

La transferencia de votos entre partidos ubicados a la derecha y los situados a la izquierda, que venía creciendo hasta alcanzar su máxima densidad en las generales de 2015, ha cesado. En este panorama, la rivalidad entre el PP y ciudadanos por el liderazgo del centroderecha adquiere una relevancia especial. Es, desde luego, uno de los factores más dinamizadores de la política nacional. Los dos tienen las mismas posibilidades de imponerse. El PP resiste con una pérdida notable de apoyos al desgaste sufrido por la corrupción y al paso por el poder, tiene una historia y la lealtad de millones de votantes. Ciudadanos cuenta en la actualidad con el electorado más fiel, presenta un candidato mejor valorado y es la opción preferida en segundo lugar por los votantes, en especial por los del PP. Su aspiración

no es ser muleta de otro partido, ni hacer de bisagra, sino gobernar.

En principio, parecía que el PP y Ciudadanos iban a escalonarse en su espacio electoral ubicándose en posiciones políticas diferenciadas, el PP más a la derecha y Ciudadanos en torno al centro. Tal distribución estaba en consonancia con sus orígenes respectivos, conservadores y democristianos en el caso del PP, liberales y socialdemócratas en el de Ciudadanos. Además, la mayoría de los votantes del PP se autoubican más a la derecha que los de Ciudadanos, entre los cuales hay un buen número de antiguos votantes del PSOE, mientras que los votantes en general sitúan a Ciudadanos en los puntos centrales de la escala ideológica.

El PP y Ciudadanos parecían destinados a reproducir la competencia entre dos partidos, uno representante de la derecha clásica y otro centrista, que mantuvo AP, primero con UCD y luego con el PRD de Miguel Roca y el CDS de Suárez, pero el suave desplazamiento ideológico de Ciudadanos y el efecto polarizador de la moción de censura han llevado a ambos a practicar la misma oposición frontal al gobierno y repetir el mismo discurso, no obstante con

algunas variaciones muy significativas.

Las próximas elecciones se disputarán en dos competiciones laterales. El PSOE parte con ventaja en la pugna de la izquierda. Sus disparidades con Podemos son palmarias. El PP y Ciudadanos son, por el contrario, dos partidos a simple vista casi idénticos. Y solo podrán crecer uno a costa del otro. Para muchos votantes no será una decisión fácil, pero si la polarización no desalienta la participación del elector centroderechista y entre ambos consiguen suficientes

escaños, pocas dudas caben de que gobernarán juntos. Con el cariz que ha tomado la política española es menos probable un gobierno transversal, quizás el que más falta hace.

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