Cabe preguntarse el porqué de los ataques desaforados, más allá de toda medida, que las elites de las diferentes derechas, sus terminales mediáticas y conocidos periodistas que han abandonado la profesión para meterse a políticos chuscos, lanzan en oleadas contra el presidente del Gobierno y sus ministros y ministras. ¿Cuál podría ser el objetivo último de lo que se percibe como una plaga de langostas, algo que ya vimos con Zapatero, aunque ahora el ataque es más brutal, ruin y desvergonzado? ¿Es simplemente la conocida rabia ante la pérdida de un poder que consideran intransferible?

Es fácil deducir que el objetivo no puede ser forzar al presidente a dimitir o a convocar elecciones inmediatas, dado que, según las encuestas, unas elecciones a corto plazo le vendrían muy mal a la derecha. ¿Qué es lo que se pretende entonces? ¿Debilitar por cualquier medio, incluyendo los más antidemocráticos y escabrosos, la imagen del presidente con la vista puesta en las elecciones municipales y autonómicas, las cuales, para la derecha, son verdaderamente importantes? Si así fuera daría lugar a un daño auto-infligido porque equivale a aceptar que la legislatura va a durar, por muchos obstáculos, chapuzas y cerrojos antidemocráticos que interpongan en el camino (como la cacicada claramente inconstitucional por parte de la Mesa del Congreso, controlada por la derecha, de bloquear una enmienda aprobada en Comisión para ser discutida en el Pleno con el fin de restituir al Congreso la potestad de aprobar los próximos presupuestos) y, por otra parte, porque la gente se da cuenta que esa plaga de langostas, que pretende nublar la luz del sol, no es más que el vano intento de ocultar el empeño de Pedro Sánchez de llevar adelante las políticas sociales, de restitución de derechos y lucha contra la desigualdad, que la crisis ha traído consigo y que este país necesita. El presidente avisa: convocará elecciones sólo si los separatistas de PdCat no le dejan gobernar.

Esta derecha post-negacionista no tiene miedo al ridículo. Aunque toma nota de las encuestas, acusando su propio nerviosismo, no duda en descalificarlas con argumentos peregrinos, como es el caso de la última encuesta del CIS. Supongo que tendrá que aguantar el rapapolvo que le ha echado Antonio Alaminos, catedrático de la Universidad de Alicante y uno de los artífices más autorizados del CIS, mostrando a las claras el soporte científico de la metodología de la encuesta, que deja atrás la misteriosa «cocina» a que estábamos acostumbrados. Encuestas, ésta del CIS y otras muchas, que muestran un dato que debe hacer meditar a esta derecha bronca; que el espacio de la derecha está profundamente dividido, y que la puja por situarse más y más a la derecha y asumir posiciones ultras y populistas, les alejará más y más de una ciudadanía que se sitúa claramente en el centro izquierda.

He mencionado que existe algo así como una derecha post-negacionista, que se caracteriza, en general, no solo por negar lo obvio, la verdad, sino por regodearse en ello. Así, por ejemplo, si el negacionista tradicional niega el holocausto, el post-negacionista afirma además, que fue bueno. Aznar niega que España fuera a la guerra de Irak, pero afirma que había que ir, que era bueno. Trump niega el cambio climático, pero dice que es estupendo. Pablo Casado niega la esplendorosa corrupción del PP en València, que hasta los niños lo saben, pero afirma entre líneas que es lo que había que hacer, etcétera. Esta combinación de post-verdad y cínica crispación es, por el momento, la única respuesta que ofrece la derecha a los problemas de España. Una crispación que toma en ocasiones tintes enfermizos (como la transformación del incidente de un conato de incendio, provocado por unos gamberros, en la basílica de Santa María de Elche, en un ejemplo del demoníaco intento frente-populista de reproducir la quema de iglesias y conventos de la época republicana). Que esta crispación se lleve a cabo por personajes que han estado implicados en la catarata de corrupción que ha asolado nuestro país, es una muestra más del sinsentido de esta especie de coda de una derecha sin rumbo. La izquierda no tiene que entrar en el juego; sólo responder con precisión y calma, y seguir adelante con el proyecto. Lo importante a todos los efectos y lo que explica en buena medida la plaga de langostas es que, contra todo pronóstico, la política española se ha vuelto a situar en el eje izquierda-derecha, y a cada cual en su sitio.