A extramuros de la medina de Laqant, entre la muralla y la mezquita del arrabal (actual concatedral de San Nicolás), había una explanada abierta al mar donde se instalaba el zoco o mercado donde se vendían los productos recogidos por los pescadores y los labriegos que trabajaban la pequeña huerta que había un poco más allá. En época cristiana, a esta huerta se la conocería como «de sueca», nombre que también recibiría la puerta próxima por la que se atravesaba la muralla. Este vocablo, «sueca», derivaba del árabe «suwayqa», diminutivo de «suq», de donde procede el castellano «zoco».

Cuando la Corona de Castilla conquistó a mediados del siglo XIII la villa de Laqant, el zoco o mercado continuó en el mismo lugar. Tampoco se movió de sitio cuando, medio siglo después, Alicante pasó a pertenecer a la Corona de Aragón.

En 1296, Jaime II de Aragón concedió a la villa privilegio para celebrar una feria en agosto, en el mismo lugar donde se levantaba los jueves el mercado semanal. Juan II permitió el 4 de abril de 1459 que también hubiese mercado los martes. Y muchos años después, Carlos III concedió que también se celebrase mercado los lunes. Paulatinamente, los comerciantes fueron obteniendo permisos para poder abrir sus puestos en el mercado todos los días laborables.

Lonjas

Hacia 1370 había una casa cerca del hospital de San Juan Bautista que se hacía servir tanto de lonja como de casa consistorial.

Entre agosto de 1427 y mayo de 1430, con un coste de 642 libras, 4 sueldos y 6 dineros, el rey aragonés mandó construir un edificio donde se llevase la administración económica de la villa y se celebrasen las juntas de arrendamientos de las rentas reales. Esta lonja gótica, según el cronista Bendicho, fue «fabricada a mitad de la calle Mayor y Plaza de la Fruta»; es decir, estaría situada en la esquina de las actuales calles Mayor y Lonja de Caballeros. Contaría con dos pisos y dos entradas, y durante mucho tiempo la venta de pan estuvo autorizada exclusivamente en sus porches.

Muy probablemente, esta nueva lonja no fue más que una ampliación de la antigua (que se conocería a partir de entonces como Lonjeta), aprovechando un solar que había frente a la puerta de entrada por el mar, formando una plaza conocida como de la Lonja y que, con el tiempo, pasaría a llamarse plaza de la Fruta (actual plaza de Santísima Faz).

Durante el bombardeo que sufrió la ciudad por la armada francesa en 1691, muchos edificios fueron destruidos o seriamente dañados. Entre ellos, el ayuntamiento y la lonja. La Lonjeta, de menor altura, también padeció daños, pero pudo ser recuperada para que siguiera sirviendo como edificio público y con las mismas funciones. No tardaría en ser conocida como Lonja de los Caballeros.

El edificio que había albergado a la lonja fue definitivamente demolido en 1737. La Lonja de los Caballeros siguió en pie todavía durante más de un siglo, pues no fue derribada hasta junio de 1862.

En 1931 se construyeron en terrenos próximos al nuevo mercado de abastos, entre las calles Capitán Segarra y García Morato, una lonja de frutas y verduras, que en 1973 fue trasladada al kilómetro 4 de la carretera de Madrid.

Cabe apuntar aquí que el edificio que hoy conocemos como Lonja del Pescado (situado en la avenida del Almirante Julio Guillén Tato), nunca fue una lonja municipal. Construido por la Junta de Obras del Puerto de Alicante entre 1917 y 1921, fue cedido al Ayuntamiento, que lo rehabilitó en 1992 para usarlo como sala de exposiciones.

En el muelle

El mercado propiamente dicho, con sus puestos de venta al aire libre, funcionó durante siglos muy cerca de la zona donde se ubicaba el zoco musulmán. En octubre de 1822 fue autorizado su traslado a un solar situado en el muelle, junto a la plaza del Mar.

El 15 de julio de 1841, el ayuntamiento acordó construir el primer edificio dedicado al mercado municipal de abastos. El proyecto era del arquitecto Emilio Jover Pierron. Fue inaugurado en 1843.

En realidad constaba de dos edificios similares, dos grandes plazas simétricas de forma rectangular que ocupaban algo más de 3.600 m². El cronista Nicasio C. Jover lo describe como «dos plazas cuadrilongas cuyas fachadas exteriores tienen las de una 48 metros de longitud por 44 de anchura y las de la otra 43 por 35 (?), se componen dichas plazas de sesenta y seis casillas simétricas (?), delante de las cuales se estiende una elegante columnata toscana sosteniendo un cobertizo en forma de soportal de 3 metros de ancho».

El edificio algo más grande, situado a levante, estaba destinado a la venta de carnes; el otro, a la venta de verduras y frutas. Los puestos de venta contaban con agua corriente. Las fachadas constaban de planta baja y entrepiso, los patios interiores estaban circundados por pórticos y los accesos se hallaban en las esquinas, formando arcos de medio punto.

El mercado de García Calamarte

Durante la segunda mitad del siglo XIX el mercado del muelle se quedó pequeño. Nuevos puestos de venta fueron extendiéndose al aire libre por las calles adyacentes, como la de San Fernando, donde la falta de higiene era notable. La suciedad y el mal olor que desprendía el mercado molestaban a los vecinos y a los usuarios de los balnearios del Postiguet. El alcalde Maisonnave propuso en 1868 construir un nuevo mercado en la plaza de San Francisco, pero ni siquiera se aprobó el proyecto. Otro alcalde, Alfonso de Sandoval, presentó en 1900 una moción en la que reconocía «la imperiosa necesidad de llevar a la práctica la construcción de un nuevo Mercado de Abastos», pero nada se hizo. La misma prioridad declararon tener los alcaldes Pasqual del Pobil y Pérez Bueno, pero las dificultades económicas del ayuntamiento fueron aplazando dicha prioridad.

Entretanto, el 6 de diciembre de 1884 se inauguró un pequeño mercado municipal en la plaza Hernán Cortés (actual plaza Nueva), conocido como «García Calamarte» en honor al concejal que propuso su construcción y que hacía poco que había fallecido, Alejandro Augusto García Calamarte. Ideado por el arquitecto José Guardiola Picó, constaba de un edificio de madera de reducidas proporciones que no obtuvo el éxito deseado. Los motivos de este fracaso fueron anticipados por «El Graduador», pocos días después de su inauguración: «Los puestos de carne están establecidos fuera del local y batidos por el sol, los de pescado, no sabemos dónde han de ponerse porque no vemos en ninguno las condiciones de limpieza indispensables; los vendedores han de sufrir con paciencia los efectos de las bajas temperaturas y los compradores no tienen más remedio que resignarse, en su mayor parte, á recibir sobre sus costillas las aguas de lluvia con todas las que se recojan en los tejados del edificio».

Este mercado fue desmontado en 1900 y trasladado al barrio de Benalúa.

En la Rambla

Al deseo del ayuntamiento de construir un nuevo mercado se unió el interés de las autoridades portuarias por ensanchar la entrada al muelle de Levante, para lo cual era necesario derribar el mercado situado junto a la plaza del Mar. De manera que, con autorización del Ministerio de Fomento, la Junta de Obras del Puerto se haría cargo de los costes de compensación por los terrenos del mercado antiguo y de la construcción del nuevo mercado, en el sitio que eligiese el consistorio. El proyecto correría a cargo del ingeniero del puerto Próspero Lafarga, según real orden publicada en junio de 1910, en cuya labor se uniría más tarde el arquitecto municipal Francisco Fajardo.

A propuesta del concejal doctor Rico, el lugar elegido por el ayuntamiento para construir el nuevo mercado era la plaza de Balmes, donde hasta hacía poco había estado instalado el Teatro Circo.

El 12 de febrero de 1911, Alfonso XIII colocó la primera piedra del nuevo mercado de abastos. La Junta de Obras del Puerto levantó un templete en la plaza de Balmes, donde fueron expuestos los planos del proyecto. Al acto asistieron, entre otros invitados, el presidente del Gobierno, José Canalejas, y el alcalde Federico Soto Mollá.

Pocos días después, el 21, el Ministerio de Fomento ratificó el proyecto redactado por Lafarga, pero se retractó en cuanto a la obligación de las autoridades portuarias de hacerse cargo de los gastos de construcción del nuevo mercado y de la expropiación de los terrenos correspondientes, declarando que eran incumbencia exclusiva del ayuntamiento.

Pese a las dificultades económicas a las que se enfrentaba el consistorio para hacer frente a los gastos de construcción del nuevo mercado, el alcalde Soto ordenó en 1912 el desalojo del antiguo, cuya demolición se inició el 31 de octubre. Los puestos de venta fueron trasladados, provisionalmente, a la calle San Fernando y adyacentes. Pero aquella provisionalidad duró una década.

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