Si existe una profesión que requiera un componente vocacional, es la de docente. Sin embargo, la profesión no vive sus mejores momentos. El profesorado ha visto su autoridad mermada, cuestionada permanentemente por las familias, o por «voces expertas» que surgen por doquier. Por experiencia, me consta que quienes se dedican a la docencia, lo hacen porque les gusta la profesión y su grado de implicación va más allá del sueldo. Para ser docente, hay que acreditar una formación y la enseñanza implica conocer la realidad de las familias, son testigos directos de cuánto ha cambiado la adolescencia en estos años. Sólo por eso, deberíamos al menos, tener en cuenta su criterio, y si éste fuera erróneo, modificarlo dentro de los cauces reglamentarios. No creo que desafiar o desautorizar al profesorado sea la actitud adecuada y en la tarea de educar y formar están implicadas las familias, la administración y hasta los medios de comunicación. Leyendo alguno de los titulares de la noticia sobre la polémica de los shorts en el IES de Torrevieja, he tenido la sensación de que se estaba librando un pulso en el que una de las partes vencería a la otra, cuando en el fondo, ese pulso es el símbolo de un fracaso. Si la desconfianza hacia el criterio del docente se ha instalado en nuestras mentes, hemos fallado como familia y como comunidad educativa. No necesito medir el largo de unos pantalones cortos para exponer unas reflexiones que suscita la noticia.

De inicio cabría preguntarse, ¿qué sentido tiene una normativa interna en un centro educativo? El reglamento de régimen interno de un centro no es solamente un manual de cómo ir vestida. Los reglamentos de régimen interno, que cada centro tiene en base a su autonomía, son normas de convivencia útiles y son algo más complejo que una simple cuestión de moral. A veces, un símbolo desconocido puede delatar la pertenencia a un grupo, a una banda. En centros en los que conviven múltiples nacionalidades, culturas, religiones, en los que se mezclan chicos y chicas menores de edad, de ESO y Bachillerato, resulta necesario especificar los límites de la convivencia y por eso son consensuados con el profesorado, las familias y el equipo directivo.

Por mucho que leo y releo la normativa del centro en cuestión, me parece sensata y, por supuesto, dejaría siempre su aplicación al criterio de los y las profesoras del centro y del equipo directivo que son quienes poseen la formación adecuada y la suficiente experiencia para aplicarla. Estarán de acuerdo conmigo que la etapa educativa tiene una función socializadora. Nos educan para vivir en sociedad; las normas son necesarias y deberían cumplirse, al menos, mientras no se cambien. Convivimos con normas, ¡hasta en nuestra comunidad de vecinos!, y eso es el resultado de un proceso educativo. Me temo que el foco informativo se ha desviado en tanto en cuanto el debate -y el desafío- es hacia una norma de convivencia pactada en un centro educativo que se entregó junto al sobre de matrícula. La pregunta es: ¿Acudimos a nuestro centro de trabajo sin sujetador, con un short demasiado corto o en zapatillas de estar por casa? No lo considero un retroceso de las libertades sino la necesidad de distinguir entre unas normas de convivencia o, ¿se trata de ejercer mi libertad como y cuando quiero? Sin duda, la resolución del conflicto requiere de un trabajo intenso en el aula que no es fácil. Aquí es donde el docente necesita ayuda sin la injerencia de las familias, de los medios de comunicación o del político de turno.

Se ha comentado que la norma es sexista y no lo creo. La normativa afecta a chicos y chicas y cada sexo tiene una forma de vestir, está sujeto a modas diferentes. En mi último artículo afirmaba que en un centro educativo no me parecía oportuno «ni el velo ni el tanga». Ambas prendas evidencian cómo el cuerpo de las chicas queda sexualizado, resultando las dos caras de la misma moneda. Como afirma Fatima Mernissi: «La talla 38 es el burka de Occidente», en alusión a la esclavitud que también padecen las mujeres en Occidente, sujetas a modas y tallas. Vivimos en una sociedad en la que la exhibición del cuerpo de las chicas es una suerte de «reclamo» y éste comienza a edades cada vez más tempranas creando, no sólo una sociedad sexista, machista -en tanto en cuanto el cuerpo de las mujeres se concibe como deleite de la visión masculina-, y que impone cánones de belleza que discriminan aquellos cuerpos que no se adecuan a ellos. El aumento de la anorexia es síntoma de ello. ¿No creen que uno de los objetivos de la educación es el de detectar y prevenir este «reclamo», del que me temo que una niña de 12 años aún no es consciente? Sólo desde la coeducación se pueden trabajar estos temas en el aula para una buena educación y relación entre los sexos. Por suerte, contamos con muchas y buenas expertas y su labor se hace cada vez más necesaria.

Vivo rodeada de docentes, formo a personas que quieren ser docentes y considero que se trata de una profesión clave para la formación de la ciudadanía. Por ello, no comparto el cuestionamiento que ha rodeado esta polémica. Dejémosles hacer su trabajo, ayudémosles con recursos y herramientas, no con titulares.